En verdad aquello que se dice: te cayó la podría (podrida), es el día a día de Cuba, ese país que dejamos un día y del que la mayoría no podemos desprendernos, y no por motivos sociopolíticos. Amigos y familiares, y las raíces siguen estando allí, donde la avalancha de desgracias no se limita a la escasez de alimentos, a la falta de condiciones adecuadas de vida para la gran mayoría y a la extrema inflación.
Parece que la casualidad y la naturaleza aúnan fuerzas para que el caos en la isla sea tan grande que el gobierno tenga que buscar una verdadera salida al «problema» que tienen, porque el problema no lo tiene el pueblo. El pueblo lo sufre.
Recuerdo, siendo pequeño, cómo el Sr. Ezequiel pegaba con una soga mojada a Papo, un amigo de la infancia. Lo hacía recostar a la gran mata de anón y ahí lo flagelaba una y otra vez por su indisciplina y por no querer tomar agua con azúcar prieta y pan. Papo, años después se hizo tatuar una Santa Bárbara en la espalda para que no dejase ver las marcas que llevaba. Estaba en la cárcel y seguía siendo indisciplinado, pero tuvo que «entrar en caja» y empezar a tomar agua con azúcar, de la que hubiese. El Sr. Ezequiel perdió un pie a causa de la gangrena provocada por la mordida de una rata, muchos pensaron que lo merecía pero estuvieron allí velando su incompleto cuerpo, con flores de los jardines y un quinqué viejo dándole luz a su nuevo camino.
Tal parece que este viejo quinqué es el que ilumina el camino de esta isla azotada por ciclones, explosiones y por hambre. Sí. Hambre.
El hambre no solo es morir de inanición. También es morir por no poder desear, hacer, pensar, volar, vivir.
Los hombres de sogas mojadas en mano se han acostumbrado a los latigazos, sin ser ni capaces de mojar la soga. Están demasiado ocupados en idear cómo acallar, cómo justificar, cómo silenciar al hombre que recostado a la mata de anón aguanta, una y otra vez, los golpes que le han tocado, sin tan siquiera huir.
Huir es lo que hemos hecho muchos. Huimos en nuestro particular acto de valentía, con o sin riesgos, con alas o remos, con caminos de tierra o autopistas, pero a fin de cuentas huimos, y ahora desde la distancia gritamos fuerza para Matanzas, o para el Saratoga, o para el ciclón de turno…
Tendríamos que regresar todos e invadir nuestra isla, vivir nuestras casas, recuperar nuestros trabajos, caminar nuestras calles, dormir en nuestros hoteles, nadar en nuestras playas, respirar nuestro aire…
Nuestro aire? Este sería el verdadero caos para los gobernantes.
Y cuando caigan las mascarillas de auxilio con sus nueve minutos de oxígeno, atar con sus sogas mojadas a quien mira sin ver, a quien vive del otro lado del muro en un país que alimenta la sonrisa del odio. Esto sería un caos mayor, pero sería el caos propio, no el impuesto.
Sería como mirar por la ventana de un edificio de zona industrial y querer ver matas de mango y no las moles grises de edificios olvidados, sería como querer despertar sobre la yerba recién cortada, o como hacer la cola para ver una película de reestreno en un cine cerrado.
Leí hace unos días que alguien escribió: Cuba se acaba…
Cuba, alumbrada por el quinqué del Sr. Ezequiel, va en ese camino.
Comenzar a idear nuevas consignas será la próxima tarea colectiva: Salvar a Cuba! SOS Cuba!
Arriba los pobres de la tierra!
G. Torres
Fotografía de Guillermo Torres