Llama el grillo, como cada tarde, junto a la fuente.
Pero nadie acude.

Llamada del grillo. Foto Enrique Jiménez.
La calle duerme.
Las largas avenidas,
la elipse que forma la plaza,
el trazado oval de la circulación…
Todo está en pausa.

En pausa. foto Vita Martínez-Vérez y David Varela Ramos
Una vecina de 4 años, me explicaba ayer, desde su ventana, que “- un virus se ha escapado en China, caminó mucho y anda suelto por el barrio, por todos los barrios, por eso no hay parque. Tampoco escuela. Ni fábrica. Nada.”
Marcos de 9, dice “- que ahora tenemos miedo a las personas porque pueden contagiarnos.
El virus se esconde dentro de Ellas y es tan listo que nadie lo sabe”. “- Mis amigos de football
– explica – pueden estar enfermos. Son como bombas humanas.” (Largo silencio…) “Yo también”.
Susana de 5 años echa de menos a sus amigas, no las ve en los balcones, no sabe si estarán bien y se pregunta, “- si cuando esto del virus pase, querrán seguir siendo sus amigas. Tal vez piensen que Ella esté enferma y no la quieran.”
Alba de 3, quisiera abrazar a su abuela, no vive ni lejos ni cerca, pero hace semanas que no la toca. Escuchó en la televisión que las personas mueren solas y que incluso no hay espacio para tantos muertos. Ella ve a su abuela por vídeo conferencia, pero no puede tocarla. – “¿Estará bien?”

Voces. foto Enrique Jiménez
(…)
Esta es la realidad en la que escribo y no puedo exiliarme de ella. Sentada en el marco de mi ventana, inmóvil, mi cuerpo se hace jardín y crece desaforadamente, como una selva de terciopelo vivo; como una voz, la del mirlo. Si te acercas, canto.
Estoy bien.
Limitada físicamente.
Encajada en la superficie de mi casa.
Dentro.
Pero ejerzo mi libertad de pensamiento.
En mi interior, no hay jaulas.
Soy el grillo que llama y la mujer que acude, ambas cosas, a la vez.

Interior sin jaulas. foto Vita Martínez y Noel Yañéz Rubido.
Quisiera desgranar palabras sensibles, inclusivas, cercanas, pero en estas condiciones
necesito re-pensarlas, definirlas dentro de este nuevo contexto.
Desde hace unos días, mi voz declina verbos jamás pensados, digo: “- estamos recluidos,
confinados, aislados, alejados”.
Primera persona del plural.
Presente de indicativo.
Ahora.
Estamos.
Cerrados.

Encerrados. foto Enrique Jiménez.
Y añado: “- Hay que hacerlo. Para vivir.”
En este tiempo de incerteza, líquido, en el que la información es lo mismo que la
desinformación (Bauman, 2016), pienso mucho en el cuidado, en que es una acción transitiva
y solidaria, que nace del yo, pero cobra sentido en el Otro (Vázquez, 2010). De hecho, cuando
admitimos que todas las personas somos a la vez, salud y enfermedad, empezamos a
cuidarnos para cuidar (Vidal, 2018).
Supongo, que cuando no existe la sanación, el cuidado brilla con la luz que merece (Durán,
1996).
(…)
Tengo una hija de 11 años, se llama Clara, y desde que empezó el confinamiento, duerme
conmigo, de la mano. Si me muevo, se despierta, me busca.
Antes de cerrar los ojos, Clara dice, “- mami, no te mueras…”
(En bajito, como un rezo profundo, nacido dentro, interior, quieto, reposado.)
La escucho y comprendo que la idea de la muerte, como algo definitivo, ya no le es ajena. Ha
venido para quedarse. Y le da miedo.
En el instante de la voz, la maestra que llevo dentro, se calla, no tiene más respuesta que
brazos y el latido del corazón.
La acerco a mi pecho.
Palpita.
Big – Ban
”- Ves hija, a mamá todavía le queda vida dentro”.
Entonces…
Clara se duerme…
Cuidándome.
Cuidandola.
Cuidándonos.
Y ciertamente, compruebo, que me han nacido dos flores en los pies y un árbol en los labios que Ella besa.

Renacer. foto Enrique Jiménez.
Sus dedos entrelazados son ríos profundos, renacidos.
Y mis manos, el océano que los vuelve mansos.
Somos una y somos dos.
Giramos sin darnos cuenta hacia la mañana.
Enredos de pijamas, de horas, de pájaros que casi cantan.
Dormidas, se nos enganchan los sueños a las sábanas y volamos como cometas.
Es el amanecer, de un día cualquiera de la pandemia.
El primero.
El quinto.
El vigésimo octavo.
El que Tú quieras.
La única diferencia es que hoy, quien escribe es la poesía, en lugar de la poeta.

Hoy, escribe la poesía. foto Vita Martínez-Vérez y Rosa Ortega Ayala
(…)
Durante el día, (lo nunca visto¡¡), todas las horas son juntas: Ella y yo.
No hay prisa para trabajar.
El colegio es en la cocina.
Nuestro oficio son los 15 metros cuadrados libres de encimeras.

Todo en la cocina. foto Enrique Jiménez
En la misma mesa, Ella hace sus tareas y yo escribo. Allí, trabajamos, comemos y organizamos las horas.
A veces, nos reímos.
Del antes:
– “De las llaves que se escondían al salir por la puerta.”
– “De la hora punta.”
– “Del “siempre tarde.”
Reírse es bueno. Además, como dice Lydia, nuestra vecina de 3 años, “- no da virus”.
Tal vez, si aprendiéramos a reírnos en la adversidad, seríamos más sabias e infinitamente más felices.
Desconozco si los virus ríen, pero aunque lo hicieran, no saben bailar. Les llevamos ventaja.
(…)
Pensaba ahora, desde el marco de mi ventana, que “-cuando esto pase”, habrá que volver a inventar el lenguaje inclusivo, para que el miedo al otro no se haga virtud. Porque en cualquier circunstancia, el Otro, la Otra sigue siendo la respuesta (Ortega, 2013). La única respuesta…
De hecho, es ahí, en el reconocimiento del Otro, de la Otra, dónde empieza la verdadera inclusión (Ortega, 2016).
Lo cierto, es que nunca hemos dependido tanto de una solución personal, de un alguien que cure, de una alguien que salve.
Somos bombas humanas, pero también somos focos de esperanza.

Foco de Esperanza. foto Enrique Jiménez
(…)
“Cuando esto pase”, habrá que explicar que hubo un tiempo, en el que para incluir la vida de todos, tuvimos que alejarnos los unos de los otros, pero que, pese a la distancia, la respuesta a todos los problemas estaba en el otro.

Respuestas. foto Enrique Jiménez
En el Otro que enfermó.
En la Otra que murió.
En el Otro que la lloró.
En la Otra que investigó la vacuna.
En el Otro que atinó en el medicamento.
En la Otra que sanó a los enfermos.
En el Otro que cuidó la corporalidad.
En la Otra que subía la compra a la vecina.
En el Otro que llamaba por teléfono.
En la Otra que se quedó en casa.
En el Otro que aplaudía en el balcón.
En la Otra que cosió las mascarillas.
Incluir, también se puede, desde la distancia.
Aislarse también es libertad.

Aislarse también es Libertad. foto Enrique Jiménez.
Y habrá que contarlo como un cuento comunitario de balcones y esperanzas, que pase de madres a hijas y de hijos a padres, porque las grandes gestas, se hacen epopeya en los relatos que tejemos con los Otros.
Hoy, habitamos la interioridad del caracol, el metro cuadrado, el límite preciso del yo, pero algún día, a nuestro jardín le crecerán puertas abiertas a la vida y al otro lado estarás Tú. Sembrando esperanza.

Al Otro lado. foto Enrique Jiménez.
(…)
Bibliografía:
Bauman, Z. (2016). Modernidad Líquida. Buenos Aires. Adriana Hidalgo editores.
Durán, MA. (1999). Los costes invisibles de la enfermedad. 2ª Ed. Madrid: Fundación BBVA.
Ortega, P. (2013). La pedagogía de la alteridad como paradigma de la educación intercultural.
Revista española de pedagogía, 256; 401-422.
Ortega, P. (2016). La ética de la compasión desde la pedagogía de la alteridad. Revista
española de pedagogía, 264; 433-464.
Vázquez, V. (2010). La perspectiva de la ética del cuidado: una forma diferente de hacer
educación. Educación XXI. 13.1; 177-197.
Vidal, R. (2018). Discursos feministas y condición postmoderna. RIPS: Revista de
Investigaciones Políticas y Sociológicas. 5(1).; 25-38.
Fotografías:
Enrique Jiménez es Ingeniero de Montes por la Universidad de Córdoba y Doctor en Ingeniería de los Recursos Naturales por la Universidad de Vigo.
Enrique cuida del bosque, de cada árbol, pero se le escapan los versos de los ojos, y camina, dibujando con su cámara, el paisaje del que es amante y amado.