La pandemia por SARS-CoV-19 ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad como humanos frente al contagio y la transmisión del virus, de un modo evidente y palpable (Kalateh, Hossein y Bagheri, 2020). Pero a la vez, evidencia otros numerosos problemas, ahora intensificados en el difícil contexto de crisis sanitaria y socioeconómica, donde afloran realidades apagadas bajo la cotidiana “normalidad”. Así, la crisis sociosanitaria y la “nueva normalidad” están mostrando conductas y actitudes de afrontamiento, así como condiciones de vida y factores estructurales que, muy probablemente, contribuyen o han contribuido al propio curso de la epidemia; y que muestran nuestras debilidades, baja adaptabilidad y resiliencia, como individuos y como sociedad, agravando el impacto y los retos de la situación epidémica por COVID 19 a que nos enfrentamos.
El análisis multidimensional de este marco disruptivo en nuestro realidad social y biomédica, nos ofrece un enfoque integrador de los procesos de salud-enfermedad-cuidado asociados a la pandemia por SARS-CoV-19, de las dinámicas demográficos y epidemiológicos de su transmisión (movilidad y densidad social, patrones residenciales…) (Mazzoli et al., 2020) y de los factores socioculturales implicados en los patrones de conducta asociados a la percepción y los comportamientos de riesgo o cuidado. Desde este enfoque, cabe considerar el uso del término “sindemia” para el estudio de este fenómeno epidémico, en tanto que este concepto propone la convergencia de múltiples problemas biológicos, sociales, psicosociales y económicos en torno a situaciones de enfermedad colectiva o epidemia; tal como ha venido sucediendo en el desarrollo de esta crisis (Irons, 2020).
En esta situación de excepcionalidad, las instituciones sanitarias hacen una llamada a un comportamiento individual responsable (cooperativo, racional y fundado en las evidencias e información disponible) para la prevención de los riesgos para la salud, en el contexto de epidemia y crisis sanitaria (Giritli, & Olofsson, 2020). Sin embargo, este requerimiento social encuentra numerosos obstáculos estructurales y socioculturales, que dificultan la alta prevalencia de estos comportamientos responsables y cooperativos, que facilitarían el control o limitación al proceso de difusión y contagio del patógeno. Así, las imposiciones institucionales se enfrentan con numerosas limitaciones y bloqueos a estos requerimientos, en contextos de incertidumbre y pérdida del control. Donde ciertos patrones socioculturales, frecuentes discursos contradictorios, múltiples condiciones de desigualdad preexistentes y numerosos intereses económico-políticos, actúan como bloqueos y limitaciones efectivas a la extensión de una amplia práctica de estos comportamientos de responsabilidad y prevención del riesgo.

Imagen: El distanciamiento interpersonal, el uso de mascarillas y la higiene personal son planteados como orientaciones de las autoridades sanitarias a un comportamiento responsable en espacios públicos. Fuente: Diario El Mundo, autoría de la foto Reuters.
LA INFLUENCIA DE LOS FACTORES ESTRUCTURALES EN LOS COMPORTAMIENTOS INDIVIDUALES DE SALUD Y RIESGO
Estas contradicciones entre los comportamientos deseables en la población y una gran parte de las prácticas sociales observadas, muestran importantes paradojas e ineficiencia de nuestro sistema social. La experiencia de confinamiento, desescalada, “nueva normalidad” nos ha servido para hacer aflorar, de forma incrementada, numerosas disfunciones de nuestro funcionamiento como individuos y como sociedad, así como en determinadas instituciones o colectivos sociales. Dibujando problemas sociales que hemos podido observar en el caso español, pero que serían extensibles, en muchos de sus aspectos, a otros países.
El estudio demográfico de los patrones de densidad y de movilidad social (Esteve, Permanyer y Boertien, 2020) resalta la importancia de estas variables y su vinculación con nuestra responsabilidad individual en la transmisión del virus (Hernando de Castro, 2020). Sin embargo, el complejo proceso de difusión del contagio por SARS-CoV-19 como sindemia (Irons, 2020), donde convergen múltiples problemas confluentes en la evolución de la enfermedad, precisará de la consideración de diferentes factores individuales y colectivos, así como de la comprensión de diversos comportamientos, procesos y estructuras sociales, que puedan contribuir a ella.
El requerimiento y exigencia social de un comportamiento responsable y solidario, por parte de la Políticas Sanitarias en el contexto de emergencia con restricciones al movimiento, confinamiento domiciliario, desconfinamiento con medidas de distanciamiento interpersonal y precauciones de higiene personal (Sánchez-Villena & La Fuente-Figuerola, 2020), ha dado lugar a una amplia variabilidad de conductas y respuestas particulares a esas demandas del responsabilidad y compromiso individual, que hemos podido observar durante este periodo de tiempo (Henning, 2020; Marchesi, 2020). Entre ellos, hemos observado comportamientos solidarios y cooperativos en redes de apoyo mutuo, la ayuda vecinal o el apoyo afectivo de los aplausos en los balcones, dirigidos al personal sanitario y de servicios básicos; que reforzaban esa sensación de lucha conjunta frente al virus.
Y frente a esto, numerosos y preocupantes casos de comportamientos insolidarios e infracciones a las normas de prevención sanitaria, que debilitan la adhesión al objetivo colectivo. Comenzando con los episodios de pánico social y la competición egoísta de los primeros días de la crisis sanitaria, por acumular recursos básicos en tiendas y supermercados (alimentos, papel higiénico, productos de limpieza…), hasta continuar con más un millón de denuncias por infracciones a las reglas de circulación pública durante el confinamiento (salidas no autorizadas, celebraciones de reuniones y fiestas en casa…). Y terminando, con los lamentables casos de amenaza a vecinos a sanitarios o trabajadores de servicios básicos, para invitarles a dejar sus domicilios, por un miedo irracional al riesgo de contagio.
POSIBLE EFECTO DE LAS DIFERENCIAS CULTURALES EN LOS COMPORTAMIENTOS SOCIAL FRENTE A LA PANDEMIA
Otros factores relevantes de los comportamientos sociales a considerar como vinculados a conductas y actitudes de riesgo, y que pueden afectar sobre los procesos de difusión y contagio de virus, serían los “patrones socioculturales” particulares de determinados grupos sociales. Desde estas consideraciones, cabe valorar si cierto grado de indisciplina y alta prevalencia de incumplimiento de las normas y llamadas a la responsabilidad, en países mediterráneos como España o Italia (Pollán, 2020; Virgilio, 2020), podrían vincularse a una predisposición cultural al relajamiento y relativización de las reglas, o a la tolerancia y consentimiento social benevolente de la infracción de la norma. O si el interiorizado liberalismo y creencia en la responsabilidad individual anglosajona, y la amplia resistencia a la intervención del Estado, con restricciones a la libre circulación y actividad (como hemos observado en los casos de Estados Unidos o el Reino Unido), podría ser también un factor de riesgo añadido a la transmisión del contagio.
También en esta dirección, cabe considerar si las dimensiones socioculturales del comportamiento en determinados barrios y colectivos sociales podría explicar el grado de incumplimiento de las reglas restrictivas durante de la emergencia sanitaria, por determinadas subculturas, tal como en el caso de la población joven (caracterizada por una impaciente búsqueda de gratificación inmediata) o en colectivos sociales específicos de determinados barrios, con una fuerte “cultura de calle”. Así como si otros patrones culturales podrían haber estado actuando como factores de riesgo y vectores de contagio, tales como las celebraciones religiosas de evangelistas en las calles de determinados barrios, o el incumplimiento del confinamiento domiciliario para la asistencia a cultos católicos en pueblos y ciudades tradicionalistas de nuestro país.

Imagen: Muchos jóvenes han mostrado su incapacidad para posponer sus deseos de disfrutar del ocio y la actividad lúdica en playas, bares y fiestas. Fuente: Diario elPeriódico, autor de la foto Álvaro Monge.
DESIGUALDADES SOCIALES Y SU IMPACTO EN EL COMPORTAMIENTO DE SALUD Y RIESGO
Pero al tiempo, para entender las complejas y múltiples variables sociales ligadas a las dinámicas de esta sindemia, hay que tener en consideración los múltiples “factores estructurales” que actúan como condicionantes, y a veces factores limitantes, para los comportamientos individuales de seguimiento o adhesión a las indicaciones institucionales de responsabilidad y solidaridad, demandados por las autoridades y los discursos mediáticos y sociales, como estrategias clave para el afrontamiento de la crisis sanitaria. Entre estos factores estructurales, podemos considerar el conjunto de condiciones de desigualdades en salud (Bambra, 2020), como especialmente relevantes en este contexto de emergencia sociosanitaria, donde los efectos de estas diferencias se intensifican, no sólo como riesgos para la salud en relación con el contagio del virus, sino a través de los diversos retos que la crisis y la excepcionalidad sanitaria plantean a la población general (confinamiento, desempleo, saturación de los sistemas asistenciales…).
El más evidente de estos factores de desigualdad, con una vinculación directa en la experiencia del confinamiento y sus posibles efectos sobre los comportamientos de riesgo y la salud, sería el tamaño y características residenciales. En la medida que, el tamaño y confort de los hogares, los equipamientos de los barrios y la composición de las unidades domésticas, constituyen variables relevantes en la vivencia del confinamiento domiciliario, y que influyen sobre el cumplimiento de las normas y restricciones a la circulación en espacios públicos. La vivienda constituye así, un claro factor de inequidad sanitaria y que impactará sobre la calidad de vida de sus habitantes; que se vería intensificado en la actual situación pandémica.

Imagen: La calidad y dimensiones de la vivienda han constituido un factor fundamental en la experiencia del confinamiento, y la definición de las formas personales de afrontamiento de esta situación. Fuente Diario El País, autor de la foto Toni Ferragut (El País).
De modo similar, las diferencias socioeconómicas evidencian los recursos disponibles para el afrontamiento de los retos de la crisis, la vivencia del confinamiento y la situación con que se emprende la vuelta a la “nueva normalidad”. El rápido crecimiento de casos de vulnerabilidad social y de crecimiento de la pobreza, ligado a los efectos de la parada de la actividad económica y el disparado crecimiento del desempleo, aumenta el número de familias empobrecidas, tras agotar sus recursos de emergencia, generando una demanda que desborda al sistema de servicios sociales. Una situación que ha puesto de manifiesto la deficiente capacidad del Estado para dar cobertura y garantizar los recursos de subsistencia de toda la población; trayendo a la agenda política la necesidad de articular un sistema público para garantizar una “renta mínima vital”. Y por supuesto, cabe asumir que estos hándicaps socioeconómicos para las personas, conllevan la aparición de determinados comportamientos de riesgo en las experiencias particulares de afrontamiento diario de la crisis.
Otras importantes desigualdades estructurales, como las ligadas al género, ponen de manifiesto, con ocasión de la crisis sociosanitaria, la alta prevalencia de situaciones de vulnerabilidad extrema dentro de la población femenina; que ahora se ven agravadas (Castellanos, 2020). Así sucede en los numerosos casos de familias monoparentales encabezadas por mujeres, que ante el riesgo de desempleo y el debilitamiento de los sistemas y recursos de servicios sociales, se convierten en sujetos de alta vulnerabilidad en estos contextos. Y por supuesto, el ya dramático problema de las mujeres y menores víctimas de la violencia machista, ven agravadas sus situaciones por efecto del confinamiento forzoso con sus maltratadores, sin opciones de distanciamiento, y con sus agresores viviendo condiciones de estrés y frustración, que intensifican sus conductas agresivas (Lorente-Acosta, 2020).
El plano de las desigualdades en las condiciones laborales, se ha convertido en un factor sobredimensionado de desigualdad en las condiciones de salud y bienestar. Dichas condiciones no solo han condicionado la vivencia y seguridad de las familias durante el confinamiento y las etapas siguientes, y por extensión, de sus comportamientos públicos; si no que actualmente, durante el proceso de desescalada, se convierte en un factor de riesgo de rebrotes localizados, ligados a condiciones de aglomeración en los talleres o dormitorios de los trabajadores, que se traducen en rápidos vectores de transmisión y difusión del contagio. Tal como vimos en las fábricas alemanas, y actualmente, entre los trabajadores agrícolas conformados por migrantes estacionales en España.

Imagen: Las condiciones de hacinamiento y precariedad en las condiciones sociolaborales, residenciales y sanitarias de los temporeros agrícolas estacionales, se ha convertido en un factor de riesgo confluente en los contextos de rebrote de la epidemia. Fuente: Cadena SER, autor de la foto Ramón Gabriel (Agencia EFE).
Y como el más triste de los ámbitos de desigualdad y discriminación visibilizados con la crisis sociosanitaria, hay que destacar la dramática situación social aflorada respecto a las condiciones de atención y cuidados a nuestra gente mayor. El triste impacto de la desproporcionada morbilidad y mortalidad que ha sufrido la población anciana (Trias-Llimos & Bilal, 2020), ha dejado patente un panorama previo de discriminación y desatención, por parte de nuestra sociedad y de los sistemas públicos de Bienestar Social, hacía los mayores. Una muestra de negligente atención asistencial y de insuficientes cuidados sanitarios para la población anciana, que ha hecho visibles unos prejuicios sociales “edadistas” hacia las personas mayores, en nuestras sociedades complejas y postindustriales (Porcel, 2020); donde una marcada gerontofobia de nuestra cultura (obsesionada con los ideales de cuerpos jóvenes, vigorosos, jóvenes y saludables) apoya el desinterés hacía aquellos segmentos de la población, erróneamente considerados y excluidos como improductivos, e injustamente expropiados de derechos sociales básicos (Tarazma-Santabalbina, 2020).
La sinergia de estas desigualdades en salud prexistentes, con las diferencias en las condiciones socioeconómicas, el género o la edad, durante la crisis sociosanitaria, habrían incorporado impactos añadidos a la propia enfermedad por contagio por SARS-CoV-19, y ligados al deterioro de las condiciones de bienestar y salud, especialmente, en los segmentos más vulnerables de la población. Así, más allá de la enfermedad por Covid-19 (con las secuelas que de ella puedan derivar), este largo evento que ha alterado nuestras condiciones de vida, con un mayor impacto en las personas más vulnerables, supondrá un empeoramiento de las condiciones de salud en amplios colectivos y grupos de población. Afectando, probablemente, con una mayor intensidad a quienes afrontan este periodo en viviendas reducidas y/o deterioradas, en situaciones de estrés crónico, con mala alimentación o con incremento de conductas adictivas. Todo esto, impactará en probables problemas físicos y de salud mental, como desgraciadamente también sucederá, en muchos casos de personas afectadas por enfermedades crónicas (oncológicos, cardiovasculares…), pacientes de trastornos en salud mental, personas con discapacidad o cuadros de dependencia. Especialmente, entre aquellos con escasos recursos, que han visto mermados sus cuidados y tratamientos en los servicios públicos durante este tiempo, con los recursos sanitarios reorientados a la atención prioritaria a la epidemia.
Y a todos estos problemas estructurales y confluentes, cabe incorporar como promotor de comportamientos de riesgo (o al menos, de confusión), las prácticas de nuestros dirigentes políticos, que lejos de ofrecer, si no soluciones, al menos acciones y medidas generadoras de confianza y entre la ciudadanía, muestran un triste y habitual panorama de conflictos partidistas; ahora, intensificados en este contexto de sobradas acusaciones mutuas que lanzarse entre sí. Un panorama de liderazgo ineficiente, al que se suman los discursos contradictorios, que dirigidos a una competencia por sus intereses particulares (partidistas, electorales, económicos…) promueven la desadhesión, el descreimiento, la confusión y el fomento de una orientación instrumental y particularista de las conductas individuales de la población.
A estos comportamientos poco responsables desde los núcleos de poder, se une el efecto de las prácticas crecientes, por parte de los actores de poder económico-político, del uso de estrategias basadas en el manejo instrumental de la información (y la desinformación) (Ruiu, 2020), de la incertidumbre y las emociones sociales, por medio de unas prácticas psicopolíticas, que han encontrado un contexto propicio en el marco de la actual crisis epidémica; donde múltiples mensajes institucionales y mediáticos, orientados a objetivos particulares y coyunturales de los poderes políticos y económicos, construyen discursos interesados, como las narrativas de la pandemia como guerra y batalla colectiva (Varma, 2020) o las historias de errores en sus oponentes. Unos usos (y abusos) de la información que derivan en efectos no previstos, como la promoción de la incertidumbre, la ansiedad y el miedo social, ligados a unos discursos contradictorios e informaciones confusas y poco tranquilizadoras, que animan a múltiples y diversas conductas de afrontamiento, no siempre alineadas con los objetivos de sus acciones políticas, ni con los intereses colectivos de la sociedad como grupo.
Así, la llamada a la prudencia y la responsabilidad individual y social, en que se fundamenta el discurso preventivo ligado a la “nueva normalidad” (Giritli & Olofsson, 2020; Henning, 2020) y la desescalada (como alternativa al control y la sanción administrativa), se encuentra con una compleja realidad social, donde la crisis y la percepción de incertidumbre frente a su desconocido curso en los próximos meses, se une a contextos de confusión informativa y discursiva de los políticos y los medios, y unas informaciones disponibles de baja fiabilidad, que constituyen unos ambientes potencialmente estresantes y patogénicos; cuyos impactos se mostrarán en efectos sobre el bienestar y salud de nuestras poblaciones, en los próximos tiempos.
Por todo lo cual, a efecto de abordar la diversidad y multiplicidad en los comportamientos de salud y riesgo respecto a la epidemia, especialmente, con relación a las conductas y actitudes en espacios y lugares públicos; para considerar su impacto en los procesos de contagio y transmisión del virus, resultará necesario un modelo complejo y multidimensional, capaz de analizar tanto los aspectos de la propia biología y clínica del virus, como las vivencias individuales de la enfermedad (con todos sus aspectos sociales, psicológicos y sanitarios), junto a las condiciones sociales y estructurales de las personas, que nos ayudarán a entender los diversos comportamientos de salud y riesgo observados en las poblaciones afectadas por la pandemia por COVID-19.
Rafael Tomás Cardoso PhD, julio 2020
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