Ensayo acerca del libro Mensaje a los Estudiantes de Arquitectura, Le Corbusier
En 1942 Le Corbusier —o Corbu como era conocido entre sus amigos— redacta un manifiesto referente a la arquitectura y el urbanismo, como consecuencia del pedido de algunos jóvenes estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de París que instalase un taller. El pedido fue rechazado. «Entonces, diríjanos un mensaje», insistieron. El resultado de aquello vió nacer un «pequeño libro amablemente cuidado para complacer a los jóvenes», nos lo dirá el Maestro. Tal como lo veo, este pequeño manifiesto lo podemos dividir en dos apartados. La primera, abarca los capítulos: La palabra de hoy; A los estudiantes de las escuelas de arquitectura; El desorden; Construir viviendas; La Arquitectura, y Un taller de búsquedas, va dirigido no sólo a los estudiantes de arquitectura, sino a todos aquellos detractores o anti-arquitectura-moderna que eran un puñado importante del mundo académico y de las artes y oficios; la segunda, el último capítulo, Si tuviese que enseñarles arquitectura, y sólo consta de nueve páginas, va dirigido exclusivamente a los estudiantes. Hábilmente, logra un doble cometido. Al igual que otros referentes en materia de arquitectura y urbanismo, Le Corbusier nunca fue a la universidad, toda su sapiensa nace de los múltiples viajes, las reflexiones acerca de lo que ve en cada lugar, los apuntes y dibujos que realiza en detalle. Él mismo nos lo explica a lo largo del manifiesto. Resultado, se agotó en pocos días. Quince años más tarde, aquel manifiesto se convierte en un pequeño libro publicado primeramente en francés (1957) y dos años después aparece la primera edición en lengua española.

Mensaje a los Estudiantes de Arquitectura, es un manifiesto que aborda básicamente dos situaciones que, al momento de ser escrito, eran temas de discusiones apasionadas. Primera situación, la arquitectura histórica o tradicional, estaba muy presente en la sociedad, la academia y en las ciudades, no se conocía otra manera de construir, otros principios, materiales y técnicas; la segunda, la arquitectura moderna, sin dudas era la antítesis: materiales nuevos, métodos constructivos distintos, técnicas constructivas nuevas… pero, Le Corbusier no pretendió negar la arquitectura tradicional como algunos de sus detractores lo calificaron, sino, como lo veo, reivindica los valores de aquella arquitectura, entendiendo que, es necesario una nueva, que mire hacia adelante, una que se construya para una nueva sociedad. Lo antiguo debe dejarse para dar paso a lo moderno, por eso, en un momento dirá «La arquitectura muere, nace otra». Han pasado ochenta y dos años de su primera publicación y la discusión vuelve a empezar, sólo que, en este caso hablamos de una arquitectura «moderna» que se construye con el mismo sistema, la misma técnica, pero con algunos materiales nuevos. ¿Cómo es posible?… «¿Dónde está la arquitectua?».

La arquitectura moderna, con más certezas que dudas, fue el nuevo paradigma del siglo XX, trajo consigo avances en varios ámbitos, en especial en la técnica constructiva, técnica que implica nuevos materiales. Trabajar con una nueva metodología requiere un esfuerzo superior en comprender que, no se puede seguir pensando en proyectar de la misma manera que lo hacían en la época gótica o en el renacimiento, ahora, la planta baja se eleva, los muros quedan libres de carga, las ventanas enmarcan paisajes, las plantas quedan libres y flexibles, los techos se vuelven planos y ajardinados, tiempo atrás, concebir este tipo de arquitectura era fantasear con lo onírico. Impensado, pero posible mediante el arte de proyectar con conciencia, de manera racional. La «técnica» y la «conciencia» van unidas de manera indisoluble. No es posible tener una y carecer de la otra, «juntas son la palanca de la arquitectura sobre las cuales se apoya el arte de construir», nos dirá Le Corbusier. La «conciencia» forma parte del pensamiento racionalista, mientras que, la «técnica» forma parte del conocimiento adquirido por la enseñanza o la curiosidad —autodidacta como lo era— puesto en práctica reiteradas veces, mejorando sustancialmente con los años. La «técnica» lleva bastante tiempo desarrollarla, es por ello, que lo eleva al género de arte: «[…] el arte de construir», de construir lo nuevo, que únicamente nacerá si lo viejo o antiguo muere. Es necesario matar la arquitectura antigua para dar paso a la nueva, parafraseando al Maestro. Pero no lo debemos entender de manera literal, no se refiere a enterrar lo antiguo, restarle valor, demoler toda la arquitectura del pasado y edificar una nueva, no. Hace un llamado a la reflexión hacia el reemplazo de una arquitectura con valor histórico por una nueva arquitectura de igual importancia que no posee el tinte que le añade el paso del tiempo, pero que, tal vez las nuevas generaciones le otorguen ese valor. Por este motivo, pone énfasis en la «conciencia», proyectar de manera consciente, racional, con sentido. Una nueva arquitectura, moderna, que forme parte del presente y sea la proyección futura, mirar hacia adelante y no hacia el pasado. La lucha entre el pasado —sus detractores— y el futuro —sus teorías—, será un tema recurrente en el manifiesto. A esto debemos sumar un tema no menor en aquel tiempo, Le Corbusier, no fue formado en la academia, y gran parte de ella, se mostraba celosa y puntillosa, no veía con buenos ojos que una persona ajena venga con teorías y conceptos revolucionarios o de «bolchevique» como lo tildaron, a él, sus teorías y la manera de ver la arquitectura y la ciudad. Pero entiende, que tiene una oportunidad para difundir sus ideas y sembrar esa nueva «conciencia revolucionaria» como palanca de la arquitectura moderna, en los jóvenes, en esa generación de arquitectos, en esas mentes nuevas, no contaminadas con arquitecturas del pasado, mentes que miran hacia el futuro, hacia la construcción de esa nueva arquitectura. En ese momento Le Corbusier ya había publicado los Cinco Principios de la Arquitectura Moderna (1926). Nace una nueva arquitectura.

Al igual que la lucha mencionada entre pasado y futuro, la vivienda, es otro tema recurrente en el manifiesto. El foco de la arquitectura se centra en la idea de la «nueva vivienda», la universal, el espacio digno donde vivir. Resulta importante comprender que, en aquel momento histórico, utilizar la palabra «nuevo» conlleva de manera implícita: el cambio, lo radical, lo profundo, un nuevo pensamiento, lo puro, en síntesis: «L’Esprit Nouveau» (El Nuevo Espíritu), en todos los campos, las artes y oficios. Nace la Bauhaus.
Le Corbusier habla acerca de la «vivienda digna», universal, pero, ¿ésta cómo tiene que ser? Es la primera vez en la historia de la arquitectura que vuelve a ponerse al Uomini como figura central. La nueva arquitectura nace —a diferencia de la antigua— no sólo para dar cobijo al hombre, sino, para ponerlo como centro del diseño de la vivienda digna. Este tema le ocupa tiempo y reflexión —reflexión que falta hace en nuestro tiempo actual—. El derecho a la vivienda universal, es un tema que también ocupa tiempo a su coetáneo, Jean Prouvé, con la exploración en la búsqueda de soluciones para construir una arquitectura incluyente, pero, ¿Qué significa una vivienda digna y universal? Según parámetros de la arquitectura moderna, son espacios bien iluminados, ventilados, buena circulación, distribución espacial, zonificación, segregación de funciones y programas, conexión e interacción con la naturaleza. Todos estos parámetros están pensados en el ser humano como centro. Además de éstos, qué otros aspectos definen a la vivienda digna y universal, Maestro. «Esta nueva obra desborda de cuestiones técnicas (racionalismo y funcionalismo). Ella es la manifestación pura, esencial y fundamental de una conciencia. Una nueva sociedad crea su hogar, ese receptáculo de la vida […]”.

En ciencia, hablar de evolución es hablar de un conjunto de cambios, de un proceso. La evolución implica hacer el esfuerzo necesario para lograr un cambio que nos permita adaptarnos a las nuevas circunstancias dadas por un agente exterior o como principio mismo de la evolución. La vivienda tradicional «evoluciona» para adaptarse a las nuevas circunstancias dadas por el agente exterior que es «la sociedad moderna», una sociedad más compleja y con nuevas necesidades. Este nuevo concepto de vivienda y su evolución, se da allá por 1920 «[…] cuando habíamos creado “L’Esprit Nouveau”, yo había otorgado a la casa su importancia fundamental, calificándola de “máquina de vivir”, y reclamando así de ella la respuesta total e impecable a una pregunta bien formulada». Así Le Corbusier califica a la vivienda, como una «máquina», entendiendo que lo compara por la eficiencia y modernidad. Frase que ha sido inmortalizada entre los estudiantes de arquitectura y arquitectos. Me pregunto. ¿En qué momento la evolución de la vivienda se ha detenido? ¿Qué ocurrió de aquella vivienda digna y universal? ¿Qué pasó de la idea de Jean Prouvé, una arquitectura para todos? ¿Se ha detenido la evolución? ¿La sociedad, ese agente exterior que condiciona y fuerza la evolución, ha dejado de hacer el esfuerzo necesario por cambiar? ¿Como sociedad, hemos retrocedido en el proceso evolutivo?… Me permito hacer estas preguntas para reflexionar acerca de otras más profundas, como lo son «el acceso a la vivienda» y «la calidad de la vivienda», sin la intención de encontrar una solución, tal vez, sí, una o varias respuestas que sean el punta pie inicial. Confío que en la mente del lector, habrá otras preguntas que podrían dar paso a otras posibles soluciones universales. El «acceso a la vivienda», en la actualidad, sigue siendo una necesidad primaria. ¿Cómo lo es posible? Según el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), «[…] de los aproximadamente 600 millones de habitantes residentes en América Latina y el Caribe, alrededor de 120 millones viven en asentamientos con viviendas inadecuadas e informales»; el otro gran porcentaje —de los 600 millones— vivirán en viviendas construidas en terrenos formales, pero, con viviendas de bajos estándares, múltiples falencias y vicios; por último, el porcentaje menor, tal vez sea el 1% o menos —de los 600 millones— que tienen acceso a la «vivienda digna». ¿Qué nos ha pasado como sociedad? Le Corbusier respecto a esto dirá que «Sólo desde el punto de vista de una nueva conciencia podemos encarar en adelante los problemas de la arquitectura y del urbanismo […]”. Una mirada consciente y verdadera hacia este tema en particular. La arquitectura y el urbanismo son indisolubles, en la actualidad hablar de uno es hablar del otro, van juntos y asociados. Al hacer arquitectura se construye ciudad. Deberíamos hablar del derecho a la vivienda, del derecho de las personas y del derecho a la ciudad. Viviendas, personas, espacio público, después, todo lo demás, y del mismo modo que se hace mención al derecho de la «vivienda digna», deberíamos hacer mención del derecho a la «ciudad digna», el urbanismo para todos. Un nuevo urbanismo pensado desde el puno de vista de una nueva conciencia. Acerca de este punto, Henri Lefebvre, en El derecho a la ciudad (1968), nos lo explica de manera extensa, con el mismo interés y atención que Le Corbusier nos habla acerca de la arquitectura moderna.
En cuanto a la «calidad de las viviendas», mucho podríamos decir. En la actualidad se construyen más viviendas que en cualquier otro momento de la historia del ser humano. Edificaciones «modernas» en forma de caja de zapatos, con algunos ornamentos que los hacen parecer de mejor marca y mayor calidad. Muchas de esas cajas, están vacías por dentro, mal orientadas, iluminadas, ventiladas, con mala distribución, zonificación, espacios extremadamente pequeños —a muchos de ellos lo llaman «monoambiente»—, no existe una segregación de funciones y programas, pésima conexión de planta baja con la ciudad. Se niega la ciudad. Responsables. ¿Los arquitectos que dibujan y proyectan esas viviendas? ¿La Municipalidad o Ayuntamiento que aprueban esas obras? ¿Los promotores inmobiliarios? ¿La sociedad, que termina por aceptar esas cajas y vivir en ellas? En relación a esto, Le Corbusier dirá que debemos hacer «Todo lo necesario para que la existencia desarrolle sus horas en armonía […] y no esa vivienda tolerada bajo la forma actual que es la marca mal tallada entre las fuerzas desencadenadas por el dinero: el beneficio, la competencia, la precipitación, todas esas cosas que, habiendo disminuido al hombre de su realeza y abrumado de servilismos, le han hecho olvidar su derecho fundamental a una vida decente».

La arquitectura y el urbanismo deben mirar hacia adelante, según las nuevas necesidades y las nuevas tecnologías. Del mismo modo que en la edad media, el arco ojival ha sido todo un descubrimiento y una revolución, las catedrales góticas son un ejemplo de ello; con la aparición del acero y el hormigón armado, se ha producido otra revolución que perdura en la actualidad. La arquitectura cada vez se vuelve más vertical, más reducida, y, no está mal, pensando en parámetros de sostenibilidad y sustentabilidad, al ocupar menor superficie, las actividades urbanas se concentran y se densifican las ciudades. Menor movilidad vehicular es igual a mayor movilidad peatonal.
A lo largo del manifiesto, Le Corbusier mantiene una interacción con el lector por medio de preguntas y reflexiona sobre aquello que pretende hacernos ver. Está defendiendo una tesis. «¿Para quién son proyectadas las ciudades del futuro? ¿Para aquellos que morirán pronto, con sus costumbres ancladas en el fondo de sus estómagos, o para aquellos que aún no han nacido?».
Si ahora, usted y yo, tuviésemos que defender nuestra tesis acerca de la vivienda y la ciudad del futuro ¿Cuál sería y cómo serían éstas? ¿Igual que las actuales? ¿Distintas? ¿Qué aspectos cambiarían? ¿Volveríamos a lo tradicional? ¿Serían más altas? ¿Más eficientes que las actuales? ¿Más tecnológicas? ¿El UOMINI seguiría siendo el centro o sería desplazado por la tecnología? ¿La inteligencia artificial, hasta qué punto formaría parte de la vivienda y de la ciudad? ¿Las viviendas serían más inteligentes o más artificiales? ¿Y las ciudades? ¿Seguiríamos viviendo en ellas?

En este último apartado del manifiesto, hábilmente va culminando su doble cometido, dirigiéndose de manera exclusiva a las nuevas mentes no contaminadas con arquitecturas del pasado: los estudiantes. Estas últimas líneas las escribe cual si fuese su testamento. Se percibe un tono más paternal; aconseja y sugiere. «Si yo tuviese que enseñarles arquitectura. Comenzaría por prohibir los “órdenes”, por poner un fin a este palabrerío hueco de los órdenes […] Insistiría en un respeto real por la arquitectura. Enfatizaría el hecho de que la nobleza, la pureza, la percepción intelectual, la belleza plástica, y la eterna cualidad de la proporción, son los goces fundamentales de la arquitectura que pueden ser entendidos por cualquiera». Enfatiza el hecho de ser racionales —nuevamente insiste en este punto— hasta el día de nuestra muerte, que desconfiemos de las fórmulas y de entender que todo es relativo.
Lo más sencillo en arquitectura, es trazar la primera línea, la siguiente, no lo es porque depende de múltiples factores; la línea podría ser a noventa grados o cuarenta y cinco, podría estar levemente separada o podría ser curva, y así sucesivamente. Dibujar una puerta, tampoco lo es, pero, Le Corbusier nos plantea el por qué del diseño de ese muro, por qué es recto, curvo o quebrado; por qué la puerta se dibuja en ese lugar y no en otro, por qué se abre de ese lado. Para saber cuál es el lugar correcto, se tuvo que haber reflexionado y explorado todas las opciones posibles. Como buen autodidacta, nos plantea que la arquitectura y el urbanismo se terminan de entender mediante el proceso del dibujo. Deben dibujarlo todo —dirá—, desde los aspectos más insignificantes, como saber dónde colocar la puerta, a entender cómo funciona un puerto. Para poder dibujar todas las situaciones es necesario visitar los sitios, tomar medidas y apuntes, colorear. Nos recuerda la importancia del viaje y la observación. Un buen arquitecto, es un buen observador. El arquitecto no es una persona que sabe dibujar, es aquel que sabe entender acerca de todas las situaciones que se plantean, dar alternativas y soluciones. El manejo de las escalas es parte importante en la formación, al igual que aprender a observar. El clasicismo y estilismo se deben dejar de lado, el dibujo debe ser intencionado y claro de leer. De nada sirve llenar una hoja con atractivos dibujos carentes de valor. En las escuelas de arquitectura se debe enseñar primero, a observar —el objeto—, luego a reflexionar —acerca del objeto— y, por último, a dibujar —lo observado y reflexionado sobre ese objeto—. Cuando se dibuja de manera intencionada, se está proyectando y construyendo sobre el papel, pero, la arquitectura es mucho más que dibujar y apilar ladrillos. Le Corbusier dirá que «La arquitectura es espacio, ancho, profundidad, y altura, volumen y circulación. La arquitectura es una concepción de la mente».

Al finalizar la lectura del manifiesto y escribir las últimas líneas de este ensayo, concluyo que Le Corbusier, en el fondo nos habla acerca de la importancia de la teoría y la práctica, al igual que la arquitectura y el urbanismo o el pasado y el futuro —de los cuales tanto nos habló—, éstos, van juntos, asociados. La teoría sin la práctica en poco colabora, al menos en este ámbito; la práctica sin la teoría, hace estragos, al menos la práctica inconsciente, la otra, la acompañada por el pensamiento racional, da origen a lo empírico y éste, como la historia nos es contada, dio origen a la arquitectura.
Lo bello, bello es, siempre lo será, como el Partenón en la Acrópolis de Atenas. Lo poco habitual, se ha convertido en lo más habitual.

Asunción, marzo de 2024.
Adolfo Gabriel Ayala Moreno
Ilustración: Ani Moreno
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