Desde hace algunos días tarareo, y no solo en mi cabeza, una estrofa de la canción Agua, de Jarabe de Palo… Agua y sed, serio problema… Cuando uno tiene sed pero el agua no está cerca…
Ha sido inevitable, para mí, mirar hacia atrás buscando alguna respuesta, o un simple indicio de realidad. He llegado lejos. He mirado cuando en plena infancia buscaba momentos íntimos jugando a los escondidos, cuando anhelaba casquillos de balas de las trincheras de la costa y veía morir los peces en las sucias aguas del río. De esto hace mucho tiempo y hay mucha agua por medio, y también mucha sed que he ido calmando con mayor o menor acierto. Cuántos aguaceros, cuántas aguas mansas de manantiales escondidos, cuántos charcos… Incontables.
El caso es que en este dilema del agua y la sed ha transcurrido toda mi vida. Horas de pensar, de asimilar conceptos inútiles en el futuro, de aprender las palabras más adecuadas para los momentos más impensables. Eso he hecho además de asumir paternidades ajenas, guerras que no eran mías, desvelos por amor, risas con amigos… y lágrimas. Ahora siento que me hago mayor y me emociona escuchar a Barry White mientras escribo, y esto me hace repasarlo todo sin esfuerzos. Hasta las ecuaciones químicas desfilan por mi memoria, ya casi resueltas, mientras un collage de imágenes conocidas se hace cargo del horizonte. Entonces vuelve la sed, sin cansancios ni ataduras, la sed de la adolescencia, de la juventud, y me veo corriendo en busca del agua porque estaba al alcance de mis manos, porque conocía de memoria los manantiales… Bebo y dejo que el agua corra por mi barbilla desnuda y moje mi pecho.
Hace unos años, cuando caminé por la Muralla China, luego de un tramo considerable y cuando el paisaje comenzaba a repetirse, me sorprendió encontrar un cartel que explicaba: Si usted ha llegado hasta aquí, se certifica que ha transitado por la Gran Muralla China… así de fácil. Y también así de fácil lo acepté y con mi botella de agua en la mano regresé a la base en busca de sombra. Algo similar ocurre con el agua y la sed, siempre llega el momento de saciarla. ¿Y con la vida? ¿Dónde encontramos el cartel que certifica que hemos vivido?
Existen razones más que obvias para hacer las cosas que se hacen mientras estamos vivos, e incluso está justificado repetirlas cada día, como para constatar que seguimos aquí, pero me niego a asumir la simplicidad de las razones obvias.
Encontrar la verdadera razón es algo que quizás consigamos descubrir con el paso del tiempo, e incluso cuando muchas veces sea un descubrimiento inútil. Me inclino a pensar que mi razón de vivir ha sido llegar hasta aquí, habiendo disfrutado todas las cosas que he hecho y enarbolado las muchas banderas de mis muchos sentimientos. ¿Esto me hace feliz? No lo sé. Pero sí soy feliz cuando escucho una canción que me recuerda tu pelo, cuando me llega el repiquetear sordo de unos tacones amarillos, cuando miro las fotografías de nuestro tiempo. Cuando no te despides por temor a la sed, y cuando yo me llevo el agua entre las manos.
Qué hacer con tu sed cuando ha pasado todo este tiempo, cuando la distancia es tan grande y el miedo merodea en cualquier esquina.
Vuelvo a mirar al pasado y allí te encuentro, esperando por mí en cualquier calle de la Habana, despojada de melancolías y queriendo apurar todas las razones del amor. Amando desesperadamente todas tus razones de vivir.
(A tu memoria Marlene)
Guillermo Torres