Todo estado de alerta promueve una alarma social y es lógico que así ocurra, pues situaciones como guerras, golpes de estado, epidemias y catástrofes de las llamadas naturales afectan a la sociedad. Lo que para mí resulta ilógico en toda esta situación es que un mero virus (por devastador que sea) se erija como concientizador social. No es necesario que algo que ha surgido hasta ahora de la “nada” nos una en defensa de los sin techo, nos saque a los balcones a aplaudir la labor de los médicos y personal sanitarios, de los trabajadores sociales y empleados de limpieza, y en general de los que trabajan en supermercados y tiendas de alimentación y servicios esenciales. La realidad cotidiana es otra.
Agradecer a un médico, personal sanitario o trabajador social su trabajo es algo que hacemos cuando nos toca estar enfermos o necesitados, y eso, si dan pie con bola. Agradecer a una empleada(o) de limpieza su trabajo es algo que raramente ocurre, porque suelen ser entes atravesados en nuestro camino que se les ocurre limpiar justo cuando necesitamos pasar. Agradecer al reponedor o a la cajera del súper es algo que nunca se nos ocurre, pero sí quejarnos de lo lento que cobra o de que los estantes están vacíos. ¿Preocuparnos por los sin techos? Estas son palabras mayores. Se mean en los rellanos. Dejan los envases de comida y bebida por doquier. Afean los bajos de los puentes acumulando sus casas ambulantes. Te amenazan con su hambre y sus piojos. Te sacuden la ruindad porque te piden una moneda y tú enseñas tus bolsillos vacíos. Esto es la realidad cotidiana.
Muchos aspiran que esta realidad -para mí desvarío social- que describo, cambie una vez logremos rebasar esta etapa, difícil por sí misma y encarecida por la epidemia intelectual de gobiernos, medios de comunicación y librepensadores que dictan pautas en vez de dar su opinión. Muchos aspiran a que la humanidad cambiará y verá la vida de otra manera, que se comportará de forma más justa y comprensiva, que seremos mejores. Pero no toca a una pandemia hacer mejor a la sociedad. Somos los responsables de la crisis mundial existente. Desde cada punto cardinal, desde cada punto del planeta dejamos nuestras huellas y esto nos pasa factura en cuerpo y mente.
Los gobernantes y aspirantes a sustitutos se enzarzan en una suerte de dilema de qué hacer. A los gobernantes les ha tocado decidir por el resto y a favor de ellos, lo que es una difícil tarea que siempre estará sujeta a críticas, según desde el punto de vista del que se mire. Los aspirantes a sustitutos, por su parte y sin ninguna responsabilidad ni decoro, insisten en barrer para sus casas a manera de acercarse un poco más a la zona gobierno. ¿Podemos esperar que sean ellos quienes promuevan y ayuden el resurgir de una sociedad mejor?
Es cierto que la pandemia del coronavirus, como prefiero llamarle (covid-19 me resulta nombre de evento deportivo) ha unido de cierta manera a la humanidad, pues todos estamos en situaciones muy similares de confinamiento e incertidumbre. Quizás en otra época la distancia entre continentes no nos dejaría vivir ni en tercera persona lo que ocurre en otros países, pero las actuales redes sociales pueden con todo y derriban cada barrera visual e informativa. Esto nos hace estar al tanto de lo que ocurre a escala mundial, y esto asusta. No obstante, es y seguirá siendo una realidad distante que compartiremos pero no viviremos. Ser selectivo en cuanto al tráfico de información e imágenes es una opción personal. Yo me considero tajante al respecto, sobre todo porque formo parte de aquellos que no necesitan descubrir qué hacer si tu mejor amigo muere, o si alguien que conoces lo pierde todo, o qué se siente al ver casi morir a personas en plena calle o quedar impávido ante las moscas que habitan los rostros de niños pobres y enfermos. Triste es para quienes pierden seres queridos en tiempo de coronavirus sin poder tener una despedida o recibir un abrazo amigo. También es triste despedir muertos en la distancia a causa del exilio, y aún más triste los muertos que no reclamados quedan en aceras y contenedores de basura, en zanjas aún con olor a la pólvora de las explosiones. ¿Será tan eficiente la concientización de esta pandemia como para borrar estas tristezas que provoca el hombre?
Pensar en un renacer social de hermandad, donde se extirpen las culpas y los rencores, donde el beso no sea una amenaza, donde ayudar sea un acto cotidiano y el entendimiento salte toda frontera y dejemos de tolerar para aceptar, es cosa de nosotros, de cada individuo. Quizás, unidos, algún día, habitemos un mundo en el que juzgar se sustituya por entender, en el que amar sustituya al odio, en el que el grito unánime sea construir.
Guillermo Torres
Barcelona, 11 de abril 2020
