Es muy popular la idea tecno-utópica de que llegará un día en que no tendremos que trabajar porqué las máquinas lo harán por nosotros. Pues bien, a pesar de haber pasado bastante desapercibido, ese día ya ha llegado. Os expondré algunos hechos experimentados por mí mismo que lo constatan así como algunas fuertes implicaciones en nuestras vidas que vale la pena tener en cuenta:
Llevo más de 20 años vendimiando en mi pueblo del Penedès. Hace diez años todo el mundo cosechaba la uva a mano y ahora es una práctica en desuso, las máquinas han suplantado cientos de recolectores. En la viña sólo queda el conductor de la máquina y quien transporta la uva como yo. Lo mismo ocurrió hace más años con el deshojar: aparecieron máquinas deshojadoras y ahora deshojan a mano cuatro gatos, ya sea por nostalgia o porque les queda alguna viña vieja sin emparrar (no preparada para pasar la máquina). Prácticamente la única tarea que queda donde el labrador toque de pies en el suelo es la poda. Aunque hay que decir que ahora se poda con tijeras eléctricas con las que no es necesario ejercer fuerza para cortarse un dedo o la nariz cuando te agarras el cigarro olvidando que llevas las tijeras en la mano (basado en hechos reales). Los agricultores tienen vidas más descansadas pero también más alienantes y deshumanizadas: se han perdido las conversaciones y los cantos mientras se trabaja. Los dolores de cabeza no se han terminado, a menudo alguna pieza falla y los agricultores no son mecánicos. Tampoco se han hecho más ricos, se endeudan comprando máquinas y siguen a merced de los cavistas que ponen el precio que quieren a la uva.
Esto que os cuento no es más que el último episodio de una serie más antigua que los simpsons que aún se sigue en pie. Os puedo explicar el episodio de mi padre: cuando él era pequeño, en el pueblo sólo había tres personas y media haciendo trabajos materialmente no-productivos: dos maestros, un médico y un secretario del ayuntamiento que era compartido con otro pueblo. En aquellos tiempos de escasez energética no se podían permitir mantener más gente que no doblara el lomo. Grandes y pequeños debían dedicarse a las labores del campo para poder tener comida en el plato. También se vendía vino a comerciantes o se bajaba al mercado de Vilafranca a vender huevos y verduras. Mi abuelo cultivaba trigo y daba el grano al panadero del pueblo a cambio de pan todo el año; mi abuela tenía una vaca y vendía leche a los vecinos. Así se hacían con algunos céntimos para comprar cosas que no podían producir como la sal o el azúcar, pero el grueso de la economía se basaba en el autoabastecimiento. El sector secundario del pueblo se limitaba a un panadero, un herrero y un carpintero y de eso hace poco más de medio siglo. Desde entonces, la disponibilidad energética ha crecido exponencialmente al mismo tiempo que se desarrollaban nuevas tecnologías que funcionaban con este nuevo y gran excedente energético proveniente de los combustibles fósiles. Esta creciente potencia energética permitió incrementar la productividad extraordinariamente por lo que los sectores primario y secundario requerían cada vez menos mano de obra, la que se trasladaba al sector terciario. Es difícil hacerse la idea de lo que este cambio significa si lo consideramos con números abstractos de cantidades energéticas; es muy clarificador considerarlo en términos de energía humana: cada litro de petróleo nos proporciona la energía de un hombre trabajando 4 días y medio sin parar[1] . Esto significa que en la actualidad, cada catalán tendría de media unos 99 esclavos trabajando diariamente para él[2] . Tal capacidad energética ha generado un nivel de riqueza inaudito, somos la sociedad más opulenta de la historia. Hemos llegado al punto de que tan sólo un 2% de la población se dedica a la agricultura, ganadería o pesca, un 23% a la industria y la construcción y el 74% restante al mundo de los servicios; esto es lo que se llama “terciarización” de la economía[3] .
Ciertamente, en mi pueblo de 1350 habitantes actualmente sólo quedan dos jóvenes (menores de 35 años) que se dediquen a trabajar la viña todo el año.
Ya no trabajamos para sobrevivir, ya no hay que “ganarse la vida” tal y como debían hacer nuestros abuelos (a pesar de que nuestros padres todavía nos hayan educado con este mantra!). La vida nos la ganamos el día que nacemos, sobrevivir es pan comido en occidente. Como las necesidades de subsistencia las tenemos más que garantizadas (un tercio de la comida que producimos acaba en la basura[4] ), hemos tenido que inventarnos nuevos trabajos para hacer algo nuestro día a día para sentirnos mínimamente útiles y no aburrirnos. Nos dedicamos a crearnos nuevas necesidades de consumo, nuevos productos y servicios que nos sorprendan, aumenten y apaciguen a la vez nuestras inseguridades, nos hagan más deseables, nos alarguen la vida o nos la hagan más cómoda, nos mantengan entretenidos o nos den algún placer que pueda hacernos adictos.
Hay que replantearnos la productividad como valor. Ha perdido su sentido: ya casi nadie puede competir con las máquinas a nivel productivo. En una sociedad industrializada y de masas como la que vivimos hay sobreproducción de todo: las máquinas no paran de producir bienes materiales y los humanos no paramos de producir bienes virtuales. Entre tanta sobreproducción—entre tanto ruido—nos cuesta cada vez más trabajo encontrar productos que valgan la pena, ya sea en un supermercado, el Youtube o Tinder, estamos saturados! Esta situación de extrema bonanza energética tampoco creo que vaya a durar muchas más décadas, pero mientras dure más nos valdría dejar de poner el foco en la cantidad (el productivismo y el consumismo) y ponerlo en la calidad. Quizás así podríamos encontrar el tiempo y la serenidad para producir algo de interés, poniendo cuerpo y alma, sin tener que someternos a las lógicas comerciales.
Esta gran emancipación de las tareas productivas a nivel material nos puede permitir a los humanos dedicarnos a una de las cosas que más nos llena, menos contamina y que ninguna máquina conseguirá reemplazar (como mínimo, no a corto plazo): las relaciones humanas de calidad. Si conseguimos restablecer relaciones profundas y auténticas, conseguiremos también reducir una gran cantidad de trabajos y recursos dedicados a poner parches a muchas problemáticas derivadas de las pobres o nocivas relaciones que tenemos hoy en día.
La tecnología avanza tan aceleradamente que no tenemos tiempo de inventar y crear nuevos puestos de trabajo a medida que se destruyen los antiguos. Es la famosa “destrucción creativa” que popularizó Schumpeter pero con una velocidad pasada de vueltas. O lo que dice Yuval Harari de que el problema ya no es estar explotados si no ser irrelevantes porque cada vez más, las máquinas hacen cualquier trabajo mejor que nosotros, los obsoletos humanos. De ahí el creciente sentimiento de no saber qué hacer con la vida, no sentirnos buenos para nada. Al haber poca oferta y mucha demanda de puestos laborales, nos pisamos unos a otros para acceder a esos pocos lugares. Si a esto le sumas el nepotismo, el resultado es un cóctel de injusticia y competitividad francamente terrorífico.
Ni hace falta desesperarnos, tenemos soluciones más que conocidas y menos que practicadas, tanto en el plano político como el personal. Empezando por el político, habría que redistribuir las horas laborales, haciendo que haya trabajo para todos y al mismo tiempo, menos horas de trabajo para cada uno. Seguimos con la jornada laboral de 8 horas como si estuviéramos en los años 50 del siglo pasado, a pesar de que la productividad se haya multiplicado por diez desde entonces[5] . Actualmente, en promedio ya estamos trabajando 6 horas al día[6] , haría falta reducir la jornada laboral a nivel legal para acomodar la ley a la realidad.
En segundo lugar hace falta promover y mejorar la redistribución de la riqueza. El grueso de la riqueza se concentra en quien controla la energía y la tecnología que utilizamos para generarla. Energía y tecnología que se producen de una forma cada vez más centralizada y jerarquizada y que por tanto, termina en cada vez menos manos. Todo el mundo tiene al alcance producir energía con madera que podemos recolectar en un bosque pero muy pocos con petróleo que se encuentra a miles de metros de profundidad en países lejanos; mucha gente puede manejar una pequeña tienda pero muy poca una como Amazon.
Una sociedad tan compleja y masiva como la nuestra es inevitable que sea jerárquica, pero el problema es que nos encontramos en una sociedad “abismal”: en lugar de tener estratos sociales escalonados en una escala tenemos un creciente abismo entre ultra-ricos y pobres. Nunca habíamos generado tanta riqueza material pero nunca la habíamos redistribuido tan mal. Por eso es más importante que nunca establecer y promover nuevas fórmulas de redistribución que incidan en dos cuestiones fundamentales: renta básica y vivienda social.
En el plano personal, quiero hacer un llamamiento a ser críticos, cuestionar y replantear nuestros trabajos ya que con frecuencia son producto de inercias históricas que han quedado muy desfasadas y porque es la cosa a la que dedicamos más tiempo y energía de nuestras vidas y, por tanto, el máximo fundamento de nuestra sociedad. A qué intereses responde nuestro trabajo? A quién beneficia? ¿Qué consecuencias tiene en la sociedad y el ecosistema? Se podría mejorar? ¿Cómo? Y a partir de aquí … manos a la obra!
[1] http://crashoil.blogspot.com/2011/09/por-que-se-despilfarra-tanto.html
[2] En una jornada de ocho horas, una persona sana y activa que realiza un trabajo moderado (pero intenso y sin reposo) desarrolla una potencia mecánica de 75 vatios.En términos de energía final, el consumo en Cataluña el año 2017 (el último año del que disponemos datos) fue de 13.912,0 ktep (161796560000 kW · h). Si dividimos esta cifra por aproximadamente 7.441000 habitantes que vivían entonces en Cataluña, nos da una media de 21.743,92 kW · h de consumo energético anual por persona (59.57 kWoh diarios), que es la misma energía que producirían unos 99 humanos trabajando para cada uno de nosotros cada día del año sin ningún día de fiesta.
Evidentemente, el consumo energético de las tecnologías que utilizamos es mucho menos eficiente que el de cualquier humano, no son equiparables en términos de rendimiento pero sirve para hacernos una idea del gran derroche energético que hacemos.
[3] Según los datos de Idescat del año 2019 en Cataluña había 51,7 miles de personas ocupadas en el sector primario, 816 en el secundario y 2573 en el terciario. Fuente: https://www.idescat.cat/pub/?id=aec&n=306
[4] https://www.google.com/amp/s/elpais.com/sociedad/2019/08/09/actualidad/1565347505_417614.amp.html
[5] https://ourworldindata.org/grapher/labor-productivity-per-hour-pennworldtable?time=1950..2017
[6] https://www.idescat.cat/treball/epa?tc=4&id=xc57

VIVIM EN EL FUTUR
És molt popular la idea tecno-utòpica de que arribarà un dia en què no haurem de treballar perquè les màquines ho faran per nosaltres. Doncs bé, malgrat hagi passat prou desapercebut, aquest dia ja ha arribat. Us exposaré alguns fets experimentats per mi mateix que ho constaten així com algunes fortes implicacions en les nostres vides que val la pena tenir en compte:Porto més de 20 anys veremant en el meu poble, Guardiola de Font-rubí. Fa deu anys tothom collia el raïm a mà i ara és una pràctica en desús, les màquines han suplantat centenars de collidors. A la vinya sols hi queda el conductor de la màquina i qui tragina el raïm com jo. El mateix va passar fa més anys amb l’esporgar (desfullar els ceps a la primavera): van aparèixer màquines esporgadores i ara esporguen a mà quatre gats, ja sigui per nostàlgia o perquè els hi queda alguna vinya vella sense emparrar (no preparada per passar-hi la màquina). Pràcticament la única feina que queda on el pagès toqui de peus a terra és la poda. Tot i que s’ha de dir que ara es poda amb tisores elèctriques amb les quals no cal fer gens de força per tallar-se un dit o el nas quan t’agafes el cigarro oblidant que portes les tisores a la mà (basat en fets reals). Els pagesos tenen vides més descansades però també més alienants i deshumanitzades: s’han perdut les converses i els cants mentre es treballa. Els maldecaps no s’han acabat, cada dos per tres alguna peça falla i els pagesos no són pas mecànics. Tampoc s’han fet més rics, s’endeuten comprant màquines i segueixen a mercè dels cavistes que posen el preu que volen al raïm.
Això que us explico no és més que l’últim episodi d’una sèrie més antiga que els simpsons i que encara dura. Us puc explicar l’episodi del meu pare: quan ell era petit, al poble sols hi havia tres persones i mitja fent feines materialment no-productives: dos mestres, un metge i un secretari de l’ajuntament que era compartit amb un altre poble. En aquells temps d’escassedat energètica no es podien permetre mantenir més gent que no doblegués el llom. Grans i petits havien de dedicar-se a les feines del camp per poder tenir menjar al plat. També es venia vi a comerciants o es baixava al mercat de Vilafranca a vendre ous i verdures. Mon avi conreava blat i donava el gra al forner del poble a canvi de pa tot l’any; ma àvia tenia una vaca i venia llet als veïns. Així es feien amb alguns cèntims per comprar coses que no podien produir com ara la sal o el sucre, però el gruix de l’economia es basava en l’autoabastiment. El sector secundari del poble es limitava a un forner, un ferrer i un fuster i d’això fa poc més de mig segle. D’ençà, la disponibilitat energètica ha crescut exponencialment al mateix temps que es desenvolupaven noves tecnologies que funcionaven amb aquest nou i gran excedent energètic provinent dels combustibles fòssils. Aquesta creixent potència energètica va permetre incrementar la productivitat extraordinàriament de manera que els sectors primari i secundari requerien cada cop menys mà d’obra, la qual es traslladava al sector terciari. És difícil fer-se la idea del que aquest canvi significa si el considerem amb nombres abstractes de quantitats energètiques; és molt clarificador considerar-lo en termes d’energia humana: cada litre de petroli ens proporciona l’energia d’un home treballant 4 dies i mig sense parar[1]. Això significa que en l’actualitat, cada català tindria de mitjana uns 99 esclaus treballant diàriament per ell[2]. Tal capacitat energètica ha generat un nivell de riquesa inaudit, som la societat més opulenta de la història. Hem arribat al punt que tan sols un 2% de la població es dedica a l’agricultura, ramaderia o pesca, un 23% a la indústria i la construcció i el 74% restant al món dels serveis; això és el que s’anomena “terciarització” de l’economia[3].
Certament, al meu poble de 1350 habitants actualment sols queden dos joves (menys de 35 anys) que es dediquin a treballar la vinya tot l’any.
Ja no treballem per sobreviure, ja no ens hem de “guanyar la vida” tal i com havien de fer els nostres avis (malgrat els nostres pares encara ens hagin educat amb aquest mantra!). La vida ens la guanyem el dia que naixem, sobreviure és bufar i fer ampolles a occident. Com que les necessitats de subsistència les tenim més que garantides (un terç del menjar que produïm acaba a la brossa[4]), hem hagut d’inventar-nos noves feines per fer alguna cosa el nostre dia a dia per sentir-nos mínimament útils i no avorrir-nos. Ens dediquem a crear-nos noves necessitats de consum, nous productes i serveis que ens sorprenguin, augmentin i apaivaguin alhora les nostres inseguretats, ens facin més desitjables, ens allarguin la vida o ens la facin més còmode, ens mantinguin entretinguts o ens donin algun plaer que pugui fer-nos addictes.
Cal replantejar-nos la productivitat com a valor. Ha perdut el seu sentit: ja gairebé ningú pot competir amb les màquines a nivell productiu. En una societat industrialitzada i de masses com la que vivim hi ha sobreproducció de tot: les màquines no paren de produir béns materials i els humans no parem de produir béns virtuals. Entre tanta sobreproducció—entre tant de soroll—tenim cada cop més feina a trobar productes que valguin la pena, ja sigui en un supermercat, el Youtube o el Tinder—estem saturats! Aquesta situació d’extrema bonança energètica tampoc crec que duri gaires dècades més, però mentre dura més valdria deixar de posar el focus en la quantitat (el productivisme i el consumisme) i posar-lo en la qualitat. Potser així podríem trobar el temps i la serenitat per produir alguna cosa amb cara i ulls, posant-hi cos i ànima, sense haver-nos de sotmetre a les lògiques comercials.
Aquesta gran emancipació de les feines productives a nivell material ens pot permetre als humans dedicar-nos a una de les coses que més ens omple, menys contamina i que cap màquina aconseguirà reemplaçar (com a mínim, no a curt termini): les relacions humanes de qualitat. Si aconseguim restablir relacions profundes i autèntiques, aconseguirem també reduir una gran quantitat de feines i recursos dedicats a posar pedaços a moltes problemàtiques derivades de les pobres o nocives relacions que tenim avui en dia.
La tecnologia avança tan acceleradament que no tenim temps d’inventar-nos i crear nous llocs de treball a mesura que es destrueixen els antics. És la famosa “destrucció creativa” que va popularitzar Schumpeter però amb una velocitat passada de voltes. O el que diu Yuval Harari de que el problema ja no és estar explotats si no ser irrellevants perquè cada cop més, les màquines fan qualsevol feina millor que nosaltres, els obsolets humans. D’aquí ve el creixent sentiment de no saber què fer amb la vida, no sentir-nos bons per res. Al haver-hi poca oferta i molta demanda de llocs laborals, ens trepitgem els uns als altres per accedir a aquests pocs llocs. Si a això li sumes el nepotisme, el resultat és un còctel d’injustícia i competitivitat francament terrorífic.
No cal desesperar-nos, tenim solucions més que conegudes i menys que practicades, tant en el pla polític com el personal. Començant pel polític, caldria redistribuir les hores laborals, fent que hi hagi feina per tothom i al mateix temps, menys hores de feina per cadascú. Seguim amb la jornada laboral de 8 hores com si estiguéssim als anys 50 del segle passat, malgrat la productivitat s’hagi multiplicat per deu des de llavors[5]. Actualment, de mitjana ja estem treballant 6 hores al dia[6], faria falta reduir la jornada laboral a nivell legal per tal d’acomodar la llei a la realitat.
En segon lloc fa falta promoure i millorar la redistribució de la riquesa. El gruix de la riquesa es concentra en qui controla l’energia i la tecnologia que utilitzem per generar-la. Energia i tecnologia que es produeixen d’una forma cada cop més centralitzada i jerarquitzada i que per tant, acaba en cada cop menys mans. Tothom té a l’abast produir energia amb fusta que podem recol·lectar en un bosc però molt pocs amb petroli que es troba a milers de metres de profunditat en països llunyans; molta gent pot gestionar una petita botiga però molt poca una com Amazon.
Una societat tan complexa i massiva com la nostra és inevitable que sigui jeràrquica, però el problema és que ens trobem en una societat “abismal”: enlloc de tenir estrats socials esglaonats en una escala tenim un creixent abisme entre ultra-rics i pobres. Mai havíem generat tanta riquesa material però mai l’havíem redistribuït tan malament. Per això és més important que mai establir i promoure noves fórmules de redistribució que incideixin en dues qüestions fonamentals: renda bàsica i habitatge social.
En el pla personal, vull fer una crida a ser crítics, qüestionar i replantejar les nostres feines ja que ben sovint són producte d’inèrcies històriques que han quedat molt desfasades i perquè és la cosa a la qual dediquem més temps i energia de les nostres vides i, per tant, el màxim fonament de la nostra societat. A quins interessos respon la nostra feina? A qui beneficia? Quines conseqüències té en la societat i l’ecosistema? Es podria millorar? Com? I a partir d’aquí… mans a la feina!
Article publicat al blog personal de Na Pai
[1] http://crashoil.blogspot.com/2011/09/por-que-se-despilfarra-tanto.html
[2] En una jornada de vuit hores, una persona sana i activa que realitza un treball moderat (però intens i sense repòs) desenvolupa una potència mecànica de 75 watts.
En termes d’energia final, el consum a Catalunya l’any 2017 (l’últim any del qual disposem dades) va ser de 13.912,0 ktep (161796560000 kW·h) . Si dividim aquesta xifra pels aproximadament 7.441000 habitants que vivien llavors a Catalunya, ens dóna una mitjana de 21743,92 kW·h de consum energètic anual per persona (59.57 kW·h diaris), que és la mateixa energia que produirien uns 99 humans treballant per cadascú de nosaltres cada dia de l’any sense cap dia de festa.
Evidentment, el consum energètic de les tecnologies que utilitzem és molt menys eficient que el de qualsevol humà, no són equiparables en termes de rendiment però serveix per fer-nos una idea del gran malbaratament energètic que fem.
Fonts: https://ca.wikipedia.org/wiki/Pot%C3%A8ncia_del_cos_hum%C3%A0, https://ca.wikipedia.org/wiki/Equivalent_de_barril_de_petroli, https://www.idescat.cat/pub/?id=aec&n=306, http://icaen.gencat.cat/web/.content/10_ICAEN/16_dades_obertes/arxius/Balanc_energetic_2017_19-06-20.pdf
[3] Segons les dades d’Idescat de l’any 2019 a Catalunya hi havia 51,7 milers de persones ocupades en el sector primari, 816 en el secundari i 2573 en el terciari. Font: https://www.idescat.cat/pub/?id=aec&n=306
[4] https://www.google.com/amp/s/elpais.com/sociedad/2019/08/09/actualidad/1565347505_417614.amp.html
[5] https://ourworldindata.org/grapher/labor-productivity-per-hour-pennworldtable?time=1950..2017