Guardo el recuerdo de una noche en la cubierta de una barca en Kerala, al sur de la India, viendo luciérnagas por primera vez. Todo oscuro y, al mismo tiempo, lleno de luces. Magia.
Algo así sentí el día que entré en la librería de Nalini Chettur en Chennai, antes Madrás: Giggles. Un lugar abarrotado de libros, uno encima de otro, formando torres a punto de colapsar desde el suelo hasta el techo, con un estrecho pasillo en el centro que dejaba espacio para una sola persona. Al fondo del pasillo, envuelta en un sari, siempre sonriente y dispuesta a conversar, estaba Nalini.
Siguiendo el orden que a veces emana del desorden, Nalini, propietaria de Giggles durante más de cuarenta años, no dudaba ni un segundo a la hora de buscar un libro. Y sin necesidad de un ordenador. No había ordenadores en Giggles.
- Este sitio me hace pensar en la Shakespeare and Company, en París. ¿Ha estado en ella?- le pregunté.
- Es curioso, muchos clientes me han dicho lo mismo. Pero no, no he estado nunca en París. Algún día.
París. Cuatro años antes
Mi algún día había tenido lugar un fin de semana de abril en el que conocí al librero George Whitman, antiguo propietario de la legendaria Shakespeare and Company. Un fin de semana maravilloso por muchos motivos. Nada puede compararse a París en abril, cuando los castaños florecen, cantaba Billie Holiday.
A George Whitman le llamaban el Don Quijote del Barrio Latino. Era un idealista que encontraba su centro en los márgenes, un perseguidor de utopías. Entré en la Shakespeare, acompañada de tres amigos, con la esperanza de poder hablar con él. Al cabo de pocos minutos se nos acercó el mismo Whitman, interesándose por nosotros y proponiéndonos subir al último piso del edificio, encima de la librería, donde él vivía y donde esperaban unos periodistas de la BBC que acababan de hacerle una entrevista.
Su casa.
Una persona que representaba gran parte de todo lo que me ilusiona, gran parte de todo lo que me hace soñar, entonces y ahora, nos estaba invitando a su casa.
Y allí estaban, junto a unas ventanas con vistas a Notre Dame y al Sena, los periodistas y unos cuantos tumbleweeds: aspirantes a escritores que a cambio de ayudar dos horas al día en la librería podían vivir en ella. Más de 30.000 han dormido, desde los años cincuenta hasta hoy, en las camas rodeadas de libros y de desequilibrios de la Shakespeare and Company.
Nadie nos preguntó quiénes éramos. Como si nos hubiésemos visto el día antes, nos incorporaron a la conversación. Una de esas que cambian mundos.
Porque la Shakespeare era y es eso: un cambiador de mundos. Y un refugio. Y un laboratorio de ideas.
Y un elefante dentro de una boa.
Y, además, o quizás como resumen de todo ello, una librería.
Nalini Chettur, George Whitman.
Oriente y Occidente.
Dos libreros independientes que nunca llegaron a conocerse, y una misma visión de la vida tremendamente romántica. Que entiende que la finalidad de los libros es, o debería ser, hacer de puentes entre las personas.
Luciérnagas.
Portada: George Whitman con su hija Sylvia, actual propietaria de la librería. Foto: Deborah Hayden