Cuando solo me separan unas horas del cielo de Berlín empiezo a escribir este artículo. Y lo primero que me viene a la mente es Peter Falk, el genial teniente Colombo, mirando por la ventanilla de un avión y diciendo: Berlín. Es una de las primeras escenas de la película El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders.
Cuando Peter Falk pronuncia Berlín, hace una pausa antes de decir el nombre de la ciudad y una pausa después. Y en su tono hay una solemnidad, mezclada con un punto de añoranza, de los momentos importantes. Es una solemnidad que nos anticipa que vamos a ver algo que merece la pena ser visto.
En mi recuerdo y en mi corazón siempre están esas dos pausas cuando pienso en la ciudad de Berlín o cuando paso unos días en ella como acabo de hacer ahora.
Dos pausas que también estaban en la mente de los artistas expresionistas del grupo Die Brücke cuando hace más de 100 años regalaron su particular mundo al mundo. Primero desde Dresde y después desde Berlín.
En la de las mujeres que en los años veinte bailaban vestidas de hombre en los cabarets de un Berlín más transgresor que París.
O en la de los miles de personas que se subieron al muro aquel 9 de noviembre de 1989 y echaron abajo un imposible.
Hace nueve meses, la noche del 11 de diciembre de 2014, gracias al artista italiano Blu, las dos pausas volvieron a estar presentes para devolver el alma a una ciudad a la que su anterior alcalde calificó en 2008 de pobre pero sexy, y que en los últimos años lucha contra la especulación inmobiliaria y la gentrificación para no convertirse en rica y aburrida, manteniendo vivo ese halo de libertad que ha hecho siempre de ella- siempre que la han dejado- un universo de ebullición creativa.
Esa noche del 11 de diciembre de 2014 Blu borró los dos grafitis más famosos de Berlín. Iconos de una ciudad lienzo llena de piezas de artistas urbanos internacionalmente reconocidos como los brasileños Os Gemeos, el francés JR, el también francés Victor Ash, el belga Roa, el americano Shepard Fairey, la francesa afincada en Barcelona Miss Van o la italiana Alice Pasquini.
Los grafitis borrados eran creación de Blu. Destruyó su propia obra pintando encima con pintura negra como protesta por un proyecto urbanístico de 250 viviendas de lujo.
Los espectaculares grafitis, de tamaño gigante y visibles desde lejos, se levantaban en el barrio turco: Kreuzberg – ahora de moda-, en dos murales frente a un solar en el que tenían que construirse los futuros pisos con vistas privilegiadas a las emblemáticas obras de arte urbano que iban a dar más valor al nuevo proyecto y que la constructora estaba utilizando como reclamo.

Los dos murales borrados por Blu, muy cerca de un antiguo paso fronterizo del muro de Berlín que separaba el Este del Oeste. Foto: Street Art BLN
El solar era un descampado famoso en Berlín. Un lugar público y abierto, el único que quedaba junto al río Spree. Hasta que un inversor millonario compró el terreno y la policía desalojó en septiembre pasado a cientos de personas que protestaban por ello.
Dos meses después, Blu también decidió protestar. Y lo hizo a su manera. Con un arma poderosa y muy conocida entre los berlineses: creatividad.
Dicen que cuando pronuncias muchas veces un nombre, este acaba por perder el sentido. La repetición continua le roba el alma.
El sentido de Berlín nunca se pierde, por mucho que repitas su nombre.
Berlín, Berlín, Berlín, Berlín, Berlín, Berlín, Berlín…
Pausa.
Pia Chalamanch, 2015
Foto portada : Mural de JR, junto a Alexanderplatz