Conocí a Lisi hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana con forma de departamento creativo de una agencia de publicidad.
Muchas risas después volvimos a coincidir en otro universo: Instagram. Fue allí donde me enteré de la existencia de la Green School en Bali, y de que hace 3 años Lisi y su marido habían dejado su casa y su trabajo en Barcelona para irse a la isla y darles a sus hijos la oportunidad de aprender a vivir de otra manera, más sostenible, matriculándolos en esta escuela.
En la Green School, construida con bambú y abierta en 2008 en medio de la jungla, no hay paredes. De ningún tipo. Los niños aprenden matemáticas plantando semillas de arroz, estudian ciencia en el río, geología en un volcán cercano. Sí, en un volcán cercano. Y su menú escolar se cultiva en los terrenos del mismo colegio.
Pero volvamos ahora atrás.
Más.
Más atrás.
Casi un siglo antes de que todo esto pasase, de que Lisi descubriese Bali y de que yo redescubriese a Lisi, en otra galaxia muchísimo muchísimo más lejana, un familiar mío, Jaume Jané, fue un niño durante los años de la Segunda República en Barcelona, los treinta. “Bufona meva” (Bonita mía, en catalán) me decía ya de muy mayor con esa deliciosa ternura que dan los años bien aprovechados, para a continuación explicarme detalles y anécdotas de los profesores que tuvo en su escuela, de los que me dijo que le habían enseñado a pensar y a actuar con el corazón.
Actuar con el corazón.
Actuar con el corazón.
Actuar con el corazón.
Deberíamos escribirlo 100 veces para no olvidarlo.
Me llamaba la atención que le brillasen los ojos cuando hablaba de sus maestros, que un hombre de 90 años, con una vida plena, que había viajado por medio mundo, estuviese tan marcado por su etapa escolar.
Emocionante.
Y también me llamó la atención algo que me contó: al llegar las vacaciones de verano, cada niño se hacía responsable de una planta del colegio. Su misión era regarla, cuidarla en casa y devolverla al patio al regresar a la escuela meses después. Me contaba, además, que en el colegio tenían corral, huerto y que daban muchas clases experimentando al aire libre.
En realidad, esta idea de colocar la naturaleza, y con ella la vida, en el centro de la enseñanza venía de unos años antes, cuando la gran pedagoga Rosa Sensat abrió el 8 de mayo de 1914 la Escola del Bosc (Escuela del Bosque) en Montjüic, Barcelona. Una escuela pública catalana, pionera en educación, que después influiría en corrientes de vanguardia pedagógica europeas y cuyo eco, todavía hoy, sigue resonando.
En la Escola del Bosc, inspirada a su vez en la berlinesa Waldschule de Charlottenburg, la naturaleza era el aula. La mayoría de las clases se daban en un espacio exterior rodeado de árboles. Sin muros. Donde encontrar una seta podía ser la excusa para impartir una lección improvisada de biología.
Verde que te quiero verde dijo Lorca.
Ojalá más savia en las venas.