Mucho han cambiado las cosas desde que pensábamos en Miró al contemplar un amarillo rotundo. O en Magritte al ver un determinado azul que nos remitía al cielo.
Ahora los artistas son otros. Y los colores que nos identifican con el mundo también. Amarillo Snapchat, azul Twitter, verde Wallapop.
La ciudad verdadera es hoy la ciudad invisible. La ciudad no física llena de ciudadanos también invisibles que caminan junto a cada uno de nosotros y cuyas voces silenciosas se hacen oír sin ser oídas.
452.000 tuits cada minuto, casi dos millones de snaps cada 60 segundos, más de 46.200 fotos compartidas en Instagram también cada minuto, 1.000 millones de usuarios de WhatsApp todos los días.
Hasta que uno de esos días, a alguno de esos ciudadanos invisibles le invade la nostalgia y decide volver a enamorarse de la ciudad física, la ciudad ruidosa, la ciudad sucia. Pero también la ciudad que palpita, la ciudad vulnerable, la ciudad que abraza. Y en una de las viejas calles del Raval de Barcelona, en pleno ex Barrio Chino de Jean Genet, aparece súbitamente como un pop-up un pequeño dibujo. La silueta diminuta de un hombre pilotando un barco de papel.
Papel de periódico, ese mismo periódico que lucha por no naufragar y desaparecer frente a sus competidores digitales, enganchado en una persiana de metal.
Un barco en un mar azul.
El azul de las noches estrelladas de Van Gogh.
Pia Chalamanch
Este artículo fue publicado por Pia Chalamanch en el Blog de Maria Barcelona el 26 de mayo de 2016