El desarrollo tecnológico experimentado en las sociedades contemporáneas ha permitido la reducción del tamaño de las computadoras, y materializar el sueño de jóvenes y estudiantes que al calor de la contracultura y la psicodelia de los 60 y 70 soñaban con una utopía cibernética y digital. Un desarrollo que se ha materializado en tecnologías digitales de la comunicación, que permiten archivar, procesar y transmitir en fracciones de segundo y a través del espacio ingentes cantidades de información, mensajes, capital, e ideas y formas de hacer y pensar. Este desarrollo de la tecnología y de los medios digitales, en particular, de la autocomunicación de masa (que diría el ministro de universidades refiriéndose a internet), viene acentuando el ‘carácter reflexivo, artificial y construido de la vida social’ (Melucci, 1994):
“Gran parte de las experiencias de vida en la sociedades complejas son experiencias «de grado n», es decir, tienen lugar en contextos producidos por la acción social, representados y retransmitidos por los medios de comunicación, interiorizados y regulados en una especie de espiral que crece sobre sí misma y que hace de la realidad un recuerdo o un sueño […] Las nuevas tecnologías incorporan una cantidad creciente de información y contribuyen a su vez a la expansión masiva de la que se produce. También aquí, un movimiento en espiral parece multiplicar la reflexividad de la acción social” (ibíd.: 129).
Vivimos en un mundo en el que la información y el conocimiento son los recursos clave a través de los cuales se configura y estructura la vida social y la propia estructura social, entendida como orden tecno-económico. La información y el conocimiento son recursos de naturaleza simbólica y por consiguiente de carácter reflexivo (ibíd.: 130) y están íntimamente ligados a la capacidad simbólica y a los procesos cognitivos del individuo.
Desde un enfoque más teórico y amplio sobre los procesos de cambio social, autores como Beck, Giddens y Lash (1997) también enfatizan el carácter reflexivo de las sociedades contemporáneas en el contexto de una segunda modernidad, que adjetivan como tal (modernidad reflexiva), para diferenciarla analíticamente de la primera, la modernidad industrial o simple (Beck, 1992, 1997, 2002). Para estos autores el tiempo de la modernidad reflexiva es un tiempo de incertidumbre e inseguridad; de mayor complejidad en contraste con las certezas que representaba el proyecto de la primera modernidad, en el que las organizaciones e instituciones a través de las cuales se integra la sociedad (v.g., la ciencia, la familia, la clase, la corporación o las organizaciones políticas y sindicales) proveían a los individuos mayores certidumbres, seguridad y confianza en el futuro y el desarrollo científico-técnico. El propio proceso de modernización ha desencadenado consecuencias importantes sobre las tradiciones culturales, los estilos de vida y las organizaciones e instituciones que estructuran la sociedad: desde la globalización y la crisis del Estado-Nación, hasta los riesgos tecnológicos y la crisis ecológica, pasando por los nuevos modelos de familia y la relación entre los géneros, o las nuevas formas de entender la esfera de la política, la democracia y el papel de los movimientos sociales (Beck, Giddens y Lash, 1997).
Por un lado, la perspectiva de Alberto Melucci dota a las sociedades contemporáneas de un carácter reflexivo, fundamentándose en la centralidad de la información, así como en la naturaleza simbólica del ser humano y los estratos intersubjetivos de la acción social. Por otro lado, el enfoque, de amplio alcance, de estos autores conecta el concepto de reflexividad con los debates teóricos sobre la post-modernidad, las consecuencias no intencionadas de la modernidad y del desarrollo tecnológico, y las paradojas del conocimiento humano reflexivo de las sociedades contemporáneas que “no conduce a una situación en la que, colectivamente, seamos dueños de nuestro destino. Al contrario: como en ningún otro momento anterior el futuro se parece cada vez menos al pasado, y en ciertos aspectos básicos se ha hecho muy amenazador” (ibíd: 10).
En concreto el sociólogo alemán Ulrich Beck amplía, actualiza y discute el supuesto del ya clásico norteamericano Daniel Bell en relación a la planificación, el control y la evaluación del desarrollo tecnológico y la anticipación de sus consecuencias, al estudiar los nuevos riesgos que surgen en las sociedades contemporáneas. Estos riesgos son consecuencia del propio proceso de modernización que pretende controlarlos, y ante ellos las instituciones políticas se ven incapaces de responder con el consiguiente incremento de la desconfianza en la política institucional (o formal) y la expansión de nuevas formas políticas, la subpolítica, en diferentes campos de la actividad social; v.g., la tecnología, el derecho, la medicina o la organización del trabajo (Beck, 1992, 1997, 2002: 144).
En sociedades complejas como la nuestra, la lógica de crecimiento y expansión global de los mercados deriva inevitablemente en nuevos riesgos globales que son consecuencia del propio desarrollo tecno-económico y de dichas lógicas de crecimiento y expansión global (v.g., crisis financieras, políticas, medioambientales, de refugiados, o como se está poniendo de manifiesto estos días, pandemias globales). Estos riesgos no son evaluables, ni controlables a través de la lógica científico-técnica que los genera o aviva en su interrelación con las instituciones económicas y políticas del mundo globalizado. Estas instituciones hace tiempo dejaron de proveer la racionalidad de la que hacían gala durante la modernidad. A riesgo de caer en cierto reduccionismo, eso viene ocurriendo desde el asentamiento, a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado, del modelo post-industrial, aquel en el que cobran centralidad el conocimiento técnico y la expansión de la economía de servicios.
Desde entonces, pero cada vez de forma más acusada, la definición de estos riesgos y su percepción social deviene en objeto de importantes debates públicos, controversias científicas y políticas públicas, y están sujetos a los debates entre expertos, y entre conocimiento experto y no experto, o cuestiones de orden político ―y subpolítico―, social y cultural. Por ejemplo, la acción de los diferentes actores y agencias sociales implicados en la definición de los mismos, o la capacidad de auto-organización de grupos de la sociedad civil implicados en dichas dinámicas (ibíd.).
La actual crisis de salud pública que afecta y afectará a numerosos países, en particular a sus ciudadanos, como resultado de la pandemia del brote Covid-19 informa sobre estas cuestiones de índole teórica. Y en concreto, pone de manifiesto el carácter socialmente construido de los riesgos a los que nos enfrentamos, más allá de que su génesis sea, como en este caso, de carácter médico o biológico. Los debates públicos en torno a la gestión de la pandemia en España, Italia, China, el Reino Unido o Rusia, por citar solo algunos países, son un claro ejemplo de las definiciones colectivas que en nuestra sociedad global enfrentamos en torno a controversias científicas (epidemiológicas), medidas políticas y de seguridad nacional, estrategias de salud pública, o pautas de comportamiento colectivo por parte de la ciudadanía. Dichas definiciones colectivas y el modo en que actuamos a partir de tales definiciones, tienen un efecto directo sobre la propia “realidad biológica” (en su indisoluble interdependencia con la “realidad social”), esto es, sobre el número de infectados y fallecidos por el brote Covid-19.
Tanto el enfoque del italiano Melucci, como el de la modernización reflexiva apuntan en una dirección análoga en sus propuestas al enfatizar que la reflexividad de la vida social consiste en el hecho de que las prácticas sociales son constantemente examinadas, evaluadas y reformuladas a la luz de la información disponible sobre esas mismas prácticas, lo que por consiguiente altera su carácter (Giddens, 1991: 38). La gestión de riesgos desde un prisma objetivista, científico-técnico, obvia el análisis de los estratos intersubjetivos de la acción social y de los procesos sociales a través de los cuales los individuos y los grupos sociales construimos las definiciones de la situación respecto de vida social, en general, y de dichos riesgos en particular.
Oyendo, en estos mismos instantes, a los ciudadanos de Madrid, (al igual que en otras ciudades del país, como Barcelona), expresarse con júbilo, desde sus balcones en agradecimiento a la labor de los sanitarios que se encuentran en primera línea de batalla, puedo, podemos celebrar la, para muchas personas, anhelada culminación de una nueva definición colectiva sobre la situación, el reto, al que nos enfrentamos. Tal redefinición colectiva es el paso previo para actuar como ciudadanos responsables y solidarios, muchos de los cuales venían demandando al gobierno que igualmente actuara de manera responsable y decidida más allá de las estrategias políticas de los partidos en el campo simbólico y discursivo. Lo hacemos para enfrentarnos al miedo y a la incertidumbre ante lo desconocido que encarna el virus Covid-19 y ante el que nos sentimos, jóvenes, adultos, mujeres, hombres, y personas mayores, indefensas. En estos días hemos sido testigos de un gran proceso de reframing colectivo en torno al Covid-19, que pone el acento en la co-responsabilidad (#YoMeQuedoEnCasa), la solidaridad y la cultura cívica de los ciudadanos. Deseo que tal marco de significados siga vivo y fuerte frente a lo que está por llegar. Confianza.
[1] Algunos párrafos de este texto son adaptación de un apartado del libro “Democracia, dignidad y movimientos sociales” de Rubén Díez y Enrique Laraña, publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas en 2017. Dedicado con cariño a Enrique quien me introdujo en la perspectiva sobre la construcción social del riesgo, cuando como doctorando trabajaba al tiempo en el mundillo de la gestión de riesgos en el sector gasístico.
Referencias
Beck, Ulrich. 1992. Risk Society. Towards a New Modernity. London: Sage.
————— 2002. La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid.
Beck, Ulrich; Giddens, Anthony y Lash, Scott (comp.). 1997. Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid: Alianza.
Giddens, Anthony. 1991. The consequences of modernity. Cambridge: Polity Press.
Melucci, Alberto. 1994. A strange kind of newness: What’s “new” in New Social Movements?. En E. Laraña, H. Johnston y J. Gusfield (eds.), New Social Movements. From ideology to Identity. Philadelphia: Temple University Press.