El declive de la clase media conduce a la guerra, decía Tocqueville. Tuviera o no razón, es indudable que la decadencia de las clases medias provoca reacciones de miedo, susceptibles de ser usadas para señalar como culpables de todos los males a los grupos sociales más vulnerables. El continente europeo ya ha vivido esa miseria política y social en otros momentos. En la crisis actual, de nuevo emergen organizaciones políticas que fomentan la xenofobia, el racismo y la guerra entre pobres.
No importa qué define a la “clase media” (si el nivel de renta o el prestigio social) para entender una de sus funciones: ser o sentirse de clase media significa dejar de luchar, en la medida que uno percibe su vida como algo estable. Una estabilidad ganada con esfuerzo que si otros no han conseguido es por ser vagos o maleantes. Un equilibrio garantizado por el respeto a las normas y las formas, aunque sean normas injustas y formas clasistas. Pero el aumento de las desigualdades ha provocado una crisis de identidad de las clases medias. El espejismo de estabilidad se ha roto. El miedo a no cumplir las expectativas de ascensión social o a reconocer que más que mileuristas o precarios somos pobres, abre la puerta a tendencias reaccionarias basadas en el sálvese quien pueda.
La sensación compartida de abandono, de rabia mal canalizada o de repulsión por “el otro” también genera sentimiento de pertenencia. A menudo pensamos en el vínculo social y en la solidaridad en clave emancipadora: nos unimos y salimos a la calle para defender derechos y causas justas. Sin embargo, los movimientos anti-societarios tienen su propia trayectoria en nuestras ciudades. En Madrid, tras la época del desencanto, surgieron movimientos con consignas contra los jóvenes adictos a la droga o contra la comunidad gitana, con algunas entidades del movimiento vecinal que reprodujeron ese ideario. En Barcelona, la campaña Volem un Barri Digne en 2009 interpeló a muchos vecinos que colgaron ese lema en los balcones del Raval. Fomentada por la Plataforma Raval per Viure con discursos populistas, esa campaña también expresaba un problema de fondo: la falta de lazos comunitarios interclasistas en el barrio daba alas al sujeto clase media, a quien basta un empujón para criminalizar a la pobreza si la encuentra en su patio trasero.
Hay un claro paralelismo entre esas reacciones y los actuales discursos contra inmigrantes y okupas en barrios donde crece la desigualdad, la precariedad y la expulsión residencial. Los partidos de derechas se pelean por liderar la alarma social denunciando la falta de seguridad en el Raval, prometiendo más policía y más “civismo”. Son los mismos partidos que demonizan a las redes de solidaridad vecinales cuando paran desahucios, pero las intentan instrumentalizar cuando se enfrentan a los narcopisos. Son quienes callan frente a los pisos vacíos y el negocio de grandes propietarios o entidades financieras, pero criminalizan a quienes okupan para exigir vivienda social. Una estrategia clasista y demagógica para despertar el odio entre vecinos, buscando derechizar el malestar social mientras legitiman la especulación inmobiliaria.
Estas tendencias no solo se expresan en los barrios. Si damos un pequeño salto de la calle a la pantalla también encontraremos fenómenos similares. Cada vez hay más usuarios de youtube que se definen como anarcocapitalistas o como auténticos liberales. Unos son niños bien y otros de origen humilde, pero todos comparten un odio visceral a la creciente hegemonía feminista y progresista. No se consideran ni de izquierdas ni de derechas, sino anti-status quo, contra la “ideología de género” y procapitalistas. Una versión española y exótica de la alt-right americana. Uno de los más populares denuncia que su identidad privilegiada en realidad está siendo asediada: su canal se llama Un Tío Blanco Hetero y se oculta bajo un disfraz.
El objetivo de esta comunidad es empujar un nuevo imaginario en defensa de la libertad individual a través del mercado, tomando el relevo de gérmenes como el Instituto Juan de Mariana. Usan argumentos que calcan los aforismos de Friedrich Hayek o de Jordan Peterson, un predicador de la “verdadera masculinidad” frente a la “corrección política”. Este psicólogo canadiense se ha convertido en un superventas de libros de autoayuda y es un fenómeno explosivo en la red. Peterson asegura que las jerarquías o la desigualdad no son un problema, sino un patrón humano con 6 millones de años de antigüedad que ha sido fundamental para el progreso.
El impacto de esta comunidad youtuber en España todavía es modesto, con una horquilla de visualizaciones entre 100.000 y 600.000. Entre todos, suman más de medio millón de seguidores en sus redes. Defienden Internet como medio alternativo y de acceso libre a la información y están convencidos de usar fuentes más rigurosas que las manipuladas por los oligopolios mediáticos, que al parecer conspiran con Podemos y PSOE para reflotar el comunismo soviético. En ese mundo, Ciudadanos es un partido socialista. Al unísono, hicieron campaña a favor de VOX en las elecciones generales. No se cumplieron sus pronósticos de victoria demoledora, pero ese partido captó el voto de un notable segmento de jóvenes urbanitas digitalizados.
De nuevo, la falta de otros lazos dan por buenos los producidos al compartir la rabia o la frustración. Sus diagnósticos son sesgados y vagos, pero les convencen y agregan, canalizando sus aspiraciones. Pero, sobre todo, no encuentran alternativa más deseable que la ensoñación del sujeto de clase media que cabalga su propio camino y asciende socialmente por méritos propios. Cualquier idea sobre relaciones de poder heredadas, estructurales o que les señale como privilegiados alimenta su sentimiento de pertenencia a un movimiento que viven como contrahegemónico y subversivo.
Podríamos sumar otras tendencias a la lista. Son movimientos reaccionarios que producen fuertes vínculos tomando como adversario a grupos sociales excluidos o desfavorecidos. Interpelan a gente que se ha dedicado a trabajar y a seguir las normas con horizontes de vida quebrados o a jóvenes que ven frustradas sus aspiraciones. Etiquetar todo eso en un paquete con el sello de “fascista” no nos explica gran cosa y es el principio de la derrota. Buscar una explicación política para entender estas tendencias no trata de justificarlas, al contrario, es imprescindible para evitarlas. Sobre todo porque producen un sentido común que apela a un cambio político y cultural basado en la guerra entre pobres.
P.D: artículo publicado por Rubén Martínez en la “El Crític .cat“
ENTENDRE EL TEU VEÍ REACCIONARI
El declivi de la classe mitjana condueix a la guerra, deia Tocqueville. Tingués o no raó, és indubtable que la decadència de les classes mitjanes provoca reaccions de por, susceptibles de ser usades per a assenyalar com a culpables de tots els mals els grups socials més vulnerables. El continent europeu ja ha viscut aquesta misèria política i social en altres moments. En la crisi actual, de nou emergeixen organitzacions polítiques que fomenten la xenofòbia, el racisme i la guerra entre pobres.
No importa què defineix la “classe mitjana” (si el nivell de renda o el prestigi social) per a entendre una de les seves funcions: ser o sentir-se de classe mitjana significa deixar de lluitar, en la mesura que un percep la seva vida com quelcom estable. Una estabilitat guanyada amb esforç que, si altres persones no han aconseguit, és per vagància. Un equilibri garantit pel respecte a les normes i les formes, encara que siguin normes injustes i formes classistes. Però l’augment de les desigualtats ha provocat una crisi d’identitat de les classes mitjanes. El miratge d’estabilitat s’ha trencat. La por a no complir les expectatives d’ascensió social o a reconèixer que més que mileuristes o precaris som pobres, obre la porta a tendències reaccionàries basades en el campi qui pugui.
La sensació compartida d’abandonament, de ràbia mal canalitzada o de repulsió per “l’altre” també genera sentiment de pertinença. Sovint pensem en el vincle social i en la solidaritat en clau emancipadora: ens unim i sortim al carrer per a defensar drets i causes justes. Però els moviments anti-societaris tenen la seva pròpia trajectòria a les nostres ciutats. A Madrid, després de “la época del desencanto”, van sorgir moviments amb consignes contra els joves addictes a la droga o contra la comunitat gitana, amb algunes entitats del moviment veïnal que van reproduir aquest ideari. A Barcelona, la campanya Volem un Barri Digne el 2009 va interpel·lar molts veïns que van penjar aquest lema als balcons del Raval. Fomentada per la Plataforma Raval per Viure amb discursos populistes, aquesta campanya també expressava un problema de fons: la manca de llaços comunitaris interclassistes en el barri donava ales al subjecte classe mitjana, a qui basta una empenta per a criminalitzar a la pobresa si la troba al seu pati del darrere.
Hi ha un clar paral·lelisme entre aquestes reaccions i els actuals discursos contra immigrants i okupes en barris on creix la desigualtat, la precarietat i l’expulsió residencial. Els partits de dretes es barallen per liderar l’alarma social denunciant la falta de seguretat en el Raval, prometent més policia i més “civisme”. Són els mateixos partits que demonitzen les xarxes de solidaritat veïnals quan paren desnonaments, però les intenten instrumentalitzar quan s’enfronten als narcopisos. Són els qui callen enfront dels pisos buits i els negocis de grans propietaris o entitats financeres, però criminalitzen als qui okupen per a exigir habitatge social. Una estratègia classista i demagògica per a despertar l’odi entre veïns, buscant la dretització del malestar social mentre legitimen l’especulació immobiliària.
Aquestes tendències no només s’expressen en els barris. Si fem un petit salt del carrer a la pantalla, també trobarem fenòmens similars. Cada vegada hi ha més usuaris de youtube que es defineixen com anarcocapitalistes o com a “autèntics liberals”. Uns semblen nens de bona família i uns altres d’origen humil, però tots comparteixen un odi visceral a la creixent hegemonia feminista i progressista. No es consideren ni d’esquerres ni de dretes, sinó anti-statu quo, contra la “ideologia de gènere” i pro-capitalistes. Una versió espanyola i exòtica de l’alt-right americana. Un dels més populars insisteix en denunciar que la seva identitat privilegiada en realitat està sent assetjada: el seu canal es diu Un Tío Blanco Hetero i s’oculta sota una disfressa.
L’objectiu d’aquesta comunitat és empènyer un nou imaginari en defensa de la llibertat individual a través del mercat, prenent el relleu de gèrmens com l’Instituto Juan de Mariana. Fan servir arguments idèntics als aforismes de Friedrich Hayek o del polèmic Jordan Peterson, un predicador de la “veritable masculinitat” i enemic de la “correcció política”. Aquest psicòleg canadenc s’ha convertit en un supervendes de llibres d’autoajuda i és un fenomen explosiu en la xarxa. Peterson assegura que les jerarquies o la desigualtat no són un problema, sinó un patró humà amb 6 milions d’anys d’antiguitat que ha estat fonamental per al progrés.
L’impacte d’aquesta comunitat youtuber a Espanya encara és modest, amb visualitzacions que van de les 100.000 a les 600.000. Entre tots, sumen més de mig milió de seguidors en les seves xarxes. Defensen Internet com a mitjà alternatiu i d’accés lliure a la informació i estan convençuts de fer servir fonts més rigoroses que les manipulades pels oligopolis mediàtics, que pel que sembla conspiren amb Podemos i PSOE per a reflotar el comunisme soviètic. En aquest món, Ciutadans és un partit socialista. A l’uníson, van fer campanya a favor de VOX en les eleccions generals. No es van complir els seus pronòstics de victòria demolidora, però aquest partit va captar el vot d’un notable segment de joves urbanites digitalitzats.
De nou, la falta d’altres llaços donen per bons els produïts en compartir la ràbia o la frustració. Els seus diagnòstics són esbiaixats i confusos, però els convencen i agreguen, canalitzant les seves aspiracions. Però, sobretot, no troben alternativa més desitjable que l’ensomni del subjecte de classe mitjana que cavalca el seu propi camí i ascendeix socialment per mèrits propis. Qualsevol idea sobre relacions de poder heretades, estructurals o que els assenyali com a privilegiats alimenta el seu sentiment de pertinença a un moviment que viuen com contrahegemònic i subversiu. Podríem sumar altres tendències a la llista. Són moviments reaccionaris que produeixen forts vincles prenent com a adversari a grups socials exclosos o desfavorits. Interpel·len gent que s’ha dedicat a treballar i a seguir les normes amb horitzons de vida truncats o a joves que veuen frustrades les seves aspiracions. Etiquetar tot això en un paquet amb el segell de “feixista” no ens explica gran cosa i és el principi de la derrota. Buscar una explicació política per a entendre aquestes tendències no tracta de justificar-les, al contrari, és imprescindible per a evitar-les. Sobretot perquè produeixen un sentit comú que apel·la a un canvi polític i cultural basat en la guerra entre pobres.