La primera vez que pisé las calles de Malasaña todavía no conocía el concepto de gentrificación. Por aquel entonces el nombre de este barrio era para mí una serie interminable de promesas de juventud. Las primeras veces lo visité nervioso, ávido por llegar a conocerlo pero todavía ajeno. Más adelante llegué a recorrerlo tanto que me sentía por su interior como un pez en el agua.