La ciudad existe en el ciudadano.
Es diálogo, voz, silencio, paisaje, grito, canto, incluso violín enmohecido de músico callejero.
Es metro, tranvía, autobús, ramal, bicicleta.
Es arquitectura de infinitos verbos.
Es niña y niño, jardín, plaza, escondite, matorral, paloma, caramelo pisoteado y luego comido.
Es beso robado a la puerta de un colegio.
Es una maestra joven con abrigo, cuidando del recreo.
Es carrera de escolares, uniformes, ropa de calle y sandalias de turistas.
Es glorieta, rotonda, isleta y señal de tráfico, apenas aprendida y ya olvidada.
Es mi mano pequeña en tu mano grande.
Es flujo de gente arriba y abajo.
Es declaración de amor tipo puesta de sol, y desamor declinado en cualquier esquina.
Es protesta que clama al cielo por cualquier cosa que lo merezca.
Es política griega “de esa de la polis y del pueblo”.
Es gorrión y vencejo, golondrina (a veces), tejado y nido.
Pero A Coruña, además de todo eso, es algodón de azúcar, gaviota y océano.
Callejero infinito de autopistas marítimas.
Nube.
Gris.
Azul.
Y cielo.
El mar es pura cartografía poética, dibuja sus límites en la pauta montessori de la arena y da lecciones de arquitectura a los bañistas.
Sobre sus aguas, los barcos corren en busca del puerto más cercano, éste o aquel, y en sus tripas se cuecen el petróleo, las redes, el carbón o el acero, según lo que sea que carguen.
Existe un faro que anuncia la costa.
Y playas.
Playas que dibujan folios infinitos ante los caminantes.
Arenales que se extienden como voces silenciosas.
Grafía de algas.
Vuelos en picado de gaviotas.
“Crebas” que dejan en la costa un rastro del barco que las nacio.
Y sal.
Y tormenta.
Y peces.
Y mercado.
A veces, de tanto mirar al océano, los ojos se me vuelven veleros. A veces…
Soy mujer arena.
De todos estos pensamientos (y de algún otro que se me escapa), surgió el proyecto de arte de acción “Escritura hablada con-tigo” con la intención de establecer un diálogo de ciudadanía en el límite mismo de la ciudad.
Para hablarte a ti, que escuchas y dices.
En la playa.
A través de la marea.
Con algas y “crebas”, olvidadas. Tinta de mar…
Somos seres comunicantes…
El paisaje es interlocutor nuestro.
Nos imagina.
Nos sueña.
En este diálogo oceánico, la voz del ciudadano resuena en las voces de las gaviotas y se hace verso, mensaje encontrado, conversación y escritura.
Cada día, al amanecer del invierno, bajábamos a la playa, a decir la ciudad.
Cada día…
Así fuimos, habitante infinito, bailarines de vida, ortografía, corriente contraria, locos empapados, aula imposible y versos mordidos a labios. Sobre todo be(r)sos.
Poesía urbana pura.
Por-venir.
Firmado: El mar
Autores:
Performer educativa y mujer arena, Vita Martínez Vérez
Documentación visual y fotografía, David Varela Ramos.