Son semanas ya, en las cuales, el único tema a tratar es el COVID-19, desde el ámbito político, social, cultural; en fin, desde todas las aristas, pues todas las aristas han sido perjudicadas por el virus; de hecho, la vida misma y las formas de vida nos cambiaron drásticamente y sin aviso oportuno, tal como suelen hacer las crisis.
El hecho de que el COVID-19 sea un enemigo que ha atacado cada escenario de la vida en sociedad, ha provocado lo anterior: que sea, el único tema del cual se habla, incluso se podría decir, como regularmente se hace, que es el tema de sobremesa, pero por el mismo virus, pocas sobremesas se han podido hacer con amigos o familiares durante los últimos meses.
Las restricciones que, en las semanas anteriores, a la mayoría de la población nos mantuvo o mantiene en confinamiento en nuestras casas, permitiéndonos salir únicamente para aquellas actividades consideradas esenciales, ha hecho que la sociedad se encuentre frente a límites poco imaginados antes del arribo de la pandemia. Hoy sabemos lo que es intentar jugar, estudiar, trabajar, hacer ejercicio, etc. dentro de espacios pequeños, dentro de las casas y los pisos, sabemos lo que es toparse rápidamente con la pared, literalmente.
Suena normal caer en la desesperación; angustia y hasta aburrimiento, pero ¿alguien se ha puesto a reflexionar y/o pensar en aquellos que sufren este tipo de síntomas de manera cotidiana?
Mucho se ha hablado durante este estado de alarma sobre mantener la calma; reflexionar; no caer en pánico, etc. lo cual está excelente, pues de manera fácil se puede caer en dicha sintomatología ante esta crisis sanitaria, de la cual lo único que se sabe, es que no se sabe nada, por lo cual, la incertidumbre se vuelve presente.
Sin embargo, la crisis sanitaria y el estado de alarma y aislamiento, que de ésta se derivan, no va única y exclusivamente del espacio y la actividad física limitada, ni de los síntomas psicológicos o anímicos que ésta puede provocar de manera extraordinaria en la población, esta también debe analizarse respecto a otro problema de salud que sufren millones de personas en España y en el resto del mundo: la depresión.
La depresión es un problema de salud pública, que no es una crisis, pero que lleva años rondando en las instituciones de la sanidad pública y privada. Está estigmatizado, poco discutido y es casi invisible.
En las últimas semanas la población no únicamente se ha visto limitada a estar en sus casas, teletrabajar o mantener conversaciones con amigos y familiares solo a través de dispositivos electrónicos; sinceramente, la crisis del COVID-19 ha venido no solo a permear nuestras vidas, sino más allá, a coadyuvar a un derrumbamiento de modelos y formas de vida social a los cuales estábamos tan acostumbrados, que ni sabíamos que estábamos acostumbrados. Inclusive la mayoría de la población no había vivido nunca de manera distinta. Ahora todo ha cambiado y nuestras formas de interacción social también.
Hoy que estamos frente a estas nuevas formas de convivencia, más por obligación que por gusto, muchos se han cuestionado el sistema político, económico, social, etc. cayendo, reitero, en la incertidumbre de la situación, lo cual es natural, por el schock que la situación misma representa.
Sin embargo, vuelvo a plantear: ¿Quién ha pensado en las miles de personas, que día a día tienen estos síntomas; que día a día parecen cuestionarse el sentido de la vida? ¿Quién ha pensado en los millones de seres humanos en el mundo que sufren algún tipo de trastorno mental? ¿Quién ha pensado en los que padecen depresión y/o ansiedad?
Esa ansiedad; depresión; falta de ánimo; pensamientos catastróficos; etc., que hoy gran parte de la población está experimentando a consecuencia de lo vivido estas semanas, millones de personas lo experimentan a diario, sin necesidad de un escenario o circunstancia coyuntural como el COVID. Inclusive, probablemente, ni siquiera es necesario que existan factores ambientales, para que millones de personas, mañana a mañana se despierten diariamente enfrentando esta batalla, una batalla que lamentablemente, a diferencia de la mayoría de las enfermedades, parecen solo creer y/o entender aquellos que la enfrentan, los mismos que no solamente tienen que enfrentar a la batalla de la depresión o ansiedad en si misma, sino también los estigmas y señalamientos que se tienen al respecto, al punto de que alrededor del mundo, se prefiera casi ignorarlo como tema de salud pública.
Dicho lo anterior, quizá sea más fácil entender la relevancia del trastorno de la depresión y la ansiedad en tiempos del COVID, pues la razón es simple y sencilla… aquello que hoy millones de personas experimentan como consecuencia de la situación coyuntural, otros millones de personas lo experimentan sin necesidad del confinamiento. Entonces pues, la pregunta:
¿Qué hay de los depresivos, ahora con las circunstancias sanitarias y sociales que el mundo entero lleva semanas experimentando?
Los ansiosos, los depresivos, suelen plantearse escenarios pesimistas, catastróficos, suelen preguntarse el porqué de todo, y el porqué de nada, llegan a ellos, de manera intrusa los pensamientos más radicales y quizá menos racionales sin aviso alguno, ven la realidad quizá de manera desproporcionada, distorsionada, pero al final, muchas veces, si no tienen medicamento; terapias; seguimiento; esa realidad – distorsionada – se vuelve su única realidad, enfrentando minuto a minuto una batalla que parece no tener un final.
Ahora, que la vida parece depender de un ligero hilo; que las construcciones sociales se han debilitado; que parece que no es tan relevante ir a la universidad o al trabajo; que resulta mucho más complicado tomarse una cerveza en una terraza con un amigo; que llegó un momento en el cual ni siquiera, era posible ir a que nos cortaran el pelo o bajar al bar de la esquina por un vaso de café con leche; que los vagones de metro van casi vacíos; que el tráfico aéreo prácticamente ha desaparecido; que tan irrelevantes parecen los estudios de los niños; ahora con todo eso: ¿no sería acaso pertinente pensar en los ansiosos y depresivos? ¿No sería congruente pensar en aquellos que día a día ponen en tela de juicio la realidad?
¿No sería lógico pensar que aquellos – depresivos y ansiosos, a los que les recomiendan hacer ejercicio y mantener la menta ocupada – pueden estar hoy sintomáticamente mucho peor? ¿No sería conveniente analizar si quienes padecen este tipo de enfermedades necesitan medidas paralelas y a la vez distintas durante estos meses de COVID?
Así, al igual que se ha analizado la crisis sanitaria y la pandemia desde perspectivas de clase, género, nacionalidad, etc. es sumamente pertinente hacerlo desde la arista de las enfermedades mentales; de los trastornos psicológicos; no solamente desde la responsabilidad pública de la clase política, sino también desde la responsabilidad cívica de académicos; profesionales de la salud; sociólogos; trabajadores sociales; en fin, desde la responsabilidad y empatía de cada uno de los individuos que hemos construido una determinada realidad social a lo largo de los años; donde además, no damos cabida a lo que ellos – quienes la padecen – muchas veces consideran una salida.
Hoy en el mundo más de 6 millones de personas han resultado positivas de COVID-19; nos acercamos ya a las 400 mil muertes; la gran potencia mundial por años, Estados Unidos, no ha sido inmune a la situación, al contrario, hoy es el país con mayor número de infectados; China su rival comercial y político en los últimos lustros, fue el primer afectado.
Así pues, el COVID no es un tema de la profunda África Subsahariana o Latinoamérica, como solemos imaginar las desgracias o catástrofes. Hoy estamos hablando de un virus que se ha determinado como pandemia dado su potencial y su realidad global, y que indudablemente ha dado una sacudida a todo occidente.
Mayo del 2020: Madrid, Barcelona, París, Londres, Nueva York… todas las grandes ciudades estaban, y algunas continúan desiertas, y ello, de manera innegable ha hecho tambalear a la realidad social, a la que por años nos hemos acostumbrado.
Sin embargo, hay que volverse a preguntar ¿Qué pasa con aquellos que por trastornos psicológicos día a día se cuestionan la racionalidad de la realidad? O que bien se preguntan: ¿qué tan real es la realidad? ¿Qué pasa con todos aquellos que con o sin medicamento, con o sin tratamiento, enfrentan día a día la batalla de las dudas, de los pensamientos catastróficos o en concreto, del sentido de la existencia?
Esa existencia que por años se había llenado de corporativos; medios de transporte; universidades; supermercados; guarderías; estadios de fútbol, y hoy simple y sencillamente parecen no existir a plenitud.
Si bien, son más de 6 millones de contagiados por COVID-19 y casi 500 mil fallecidos por la misma causa, ¿alguien acaso se ha preguntado de las estadísticas de la depresión; de esa enfermedad que también padecen hombres y mujeres con nombre y apellido, y que al igual que el COVID-19, tiene pocos parámetros de discriminación; pues ataca a ricos y pobres por igual?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en el mundo hay más de 300 millones de personas que padecen depresión, llevando aproximadamente a 800 mil personas al año, al peor de sus escenarios: el suicido no asistido medicamente.
El objetivo no es comparar una y otra enfermedad, mucho menos anteponer un tema sobre el otro; al contrario, el objetivo es hacer ver la complementariedad y la interconexión de ambos temas para el beneficio un gran sector de la sociedad a nivel mundial.
Concretamente, desde este espacio se quiere hacer ver que las posibilidades, de que hoy día, aquellos diagnosticados con depresión, ansiedad, distimia, bipolaridad, etc. estén teniendo una sintomatología aun peor, son muchísimas, dadas las circunstancias a las que el COVID nos ha llevado.
Así pues, es sumamente probable, que los depresivos estén sufriendo aún más de lo que la media de la población lo está haciendo, pero también aun más de lo que ellos resisten día a día.
Es importante que si en un corto plazo todavía no se encuentra un tratamiento o vacuna para el COVID-19, haciendo que nos tengamos que volver a reclutar en nuestros hogares ante próximas olas, se piense, se discuta y analice la situación de millones de personas que sufren ordinariamente trastornos psicológicos, y a los que frente al COVID, se encuentran doblemente amenazados.
Quizá sea solo la situación de algunos – no pocos –, pero es problema de todos, pues la salud de algunos repercute en la salud de todos.