Por más que crezca nuestra productividad y nuestro nivel de vida, seguimos igual de insatisfechos, siempre queremos más. Mi intención en este artículo es esclarecer las razones que nos llevan a trabajar tanto para producir y consumir más, derrochando recursos prodigiosamente mientras nos cargamos las condiciones ambientales que nos permiten vivir en este planeta.
Sobreproducimos: nos esforzamos en producir cosas que después serán infravaloradas, derrochadas o desestimadas. Entregamos nuestras vidas a cambio de un sueldo para producir bienes y servicios que con frecuencia son innecesarios, insostenibles, adictivos o que pretenden solucionar un problema creando otro mayor o poniendo un parche sin incidir en su raíz.
Empleamos máquinas y ordenadores muy potentes que nos hacen cada vez más trabajo y multiplican nuestra productividad. Trabajos que antes hacíamos en 5 horas, ahora los realizamos en 5 minutos. Tal sobreproductividad produce excedentes y derroche en todo: lanzamos a la basura un tercio de la comida que producimos, renovamos nuestro vestuario cada temporada (lanzando montañas de ropa pasada de moda o que ha perdido algo de color) o bien construimos nuevos bloques mientras dejamos caer casas abandonadas o las tapiamos (no sea que alguien entrara y las utilizara mientras pensamos qué hacemos con ellas durante años). Con los productos culturales tampoco nos quedamos cortos: deberíamos pasar 82 años seguidos mirando YouTube sin dormir para poder consumir los contenidos que se cuelgan en un solo día.
Nuestra capacidad productiva se ha multiplicado por mil, nunca habíamos tenido acceso a tantos productos y tan golosos, pero sin embargo seguimos teniendo la misma capacidad atencional que hace diez mil años de forma que sólo podemos prestar atención a un solo producto al mismo tiempo. Esto hace que la atención sea nuestro bien más escaso y valioso y que las empresas más poderosas del mundo se enfrenten en una guerra feroz para captar nuestra atención que nos llega en forma de cacao mental, sobreestimulación y distracción permanente. La sobreproducción promueve la cantidad por encima de la calidad y nos hace desperdiciar mucho tiempo para discernir qué productos valen la pena hasta el punto de que pasamos más tiempo valorando su consumo que consumiéndolos o bien dejamos que los algoritmos decidan por nosotros. Yo mismo he dedicado horas y horas a seleccionar libros o pelis —leyéndome todas las reseñas y valoraciones posibles—que en cuanto han pasado mi extenso proceso de selección, nunca he llegado a ver o leer por falta de tiempo.
Hay gente—generalmente con una sensibilidad más de izquierdas—que cree que trabajamos demasiado y que nuestro actual ritmo productivo es completamente insostenible para el planeta, nos dicen que no necesitamos tantos lujos materiales para vivir una vida feliz y bien que tienen razón. Por otra parte hay gente, a menudo más de derechas, que cree que no trabajamos lo suficiente. Si bien las izquierdas se imponen en la teoría, las derechas se imponen en la práctica ya que estamos todos atrapados en una dinámica hiper-productivista , super-consumista y ultra-derrochadora.
LA ILUSORIA FIN DEL TRABAJO
A lo largo de la historia, especialmente a partir de la revolución industrial, grandes pensadores han pronosticado periódicamente una reducción del trabajo y aumento del ocio, a medida que máquinas y ordenadores suplantaban más y más trabajos humanos. Creían que la automatización tecnológica nos permitiría dedicarnos al arte, las ciencias o el crecimiento personal.
Ya en el año 1883 Paul Lafargue nos decía en “El derecho a la pereza”: la máquina es la salvadora de la humanidad, el dios que redime al hombre de alquilarse para trabajar, la divinidad que le otorgará ocio y libertad”.
En 1935, Bertrand Rusell lo explicaba así en “Elogio de la ociosidad”:
Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la fabricación de alfileres. Trabajando ocho horas al día, hacen tantas agujas como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el que el mismo número de personas puede realizar dos veces el número de agujas que hacía antes. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de agujas pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás seguiría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres todavía trabajan ocho horas, hay demasiadas agujas, algunas empresas de agujas quiebran y la mitad de los hombres que hasta ahora fabricaban agujas son despedidos. Al final, hay tanto tiempo libre como antes, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad todavía trabaja en exceso. De esta forma, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Es imaginable algo más insensato ?
Buckminster Fuller , escribía en 1963 que la tecnología faculta a la humanidad para hacer “más con menos”, pronto eliminaría la noción misma de trabajo por completo. En un siglo, la palabra ‘trabajador’ no tendrá ningún significado. Será un término que habrá que buscar en un diccionario de principios de siglo XX”.
Y en 1995, Jeremy Rifkin escribió un grueso libro titulado “El fin del trabajo” en el que nos alertaba de que la automatización del trabajo nos llevaría a un paro estructural por lo que habría que redistribuir el trabajo y reducir la jornada laboral para hacerle frente.
Llevamos más de un siglo repitiendo este mismo mantra tecno-utópico, pero por más que crezca nuestra productividad y bienestar material, nunca nos conformamos con ningún nivel de vida, siempre queremos más asi que seguimos trabajando igual, por más perjudicial que sea por nuestro bienestar psicológico y medioambiental. Ahora si, habiendo constatado sin lugar a dudas que el progreso tecnológico, por más que avance, no nos libera del trabajo, creo que sería más interesante esclarecer las razones que nos empujan a ese productivismo y despilfarro sin frenos. Creo que es importante racionalizarlas porque me temo que son muy inconscientes y éste es el primer paso para revertir tal dinámica.
LAS RAZONES DEL PRODUCTIVISMO
Para empezar, vivimos en una sociedad que no cree con dioses ni ningún otro significado trascendente compartido. En su lugar, ahora nos sacrificamos por nuestro trabajo, nos da sentido a la vida y otorga una identidad. Es aquello a lo que dedicamos más tiempo, esfuerzo y energía, mantenemos una relación monógama con él: cualquier otra actividad queda relegada a un segundo plano, sólo graves problemas de salud llegan a prevalecer temporalmente por encima suyo. No nos hace falta un déspota que nos imponga unas condiciones laborales de explotación, generalmente somos los que trabajamos por cuenta propia que más nos autoexplotamos, especialmente si nos gusta un poco lo que hacemos o creemos que estamos haciendo un bien para la sociedad.
A pesar de que varios estudios constaten que no tenemos muy buena conciliación entre vida y trabajo, la gran mayoría preferimos trabajar a jornada completa. Tal preferencia se debe a que mostrarnos como gente trabajadora nos da más estatus, nos ofrece más oportunidades de ascenso y por último, pero no menos importante: queremos cobrar más. Por otro lado, quien trabaja menos horas despierta recelos (ya que trabaja menos que los demás) y la legislación laboral sigue favoreciendo las jornadas de 8 horas al día.
Desde pequeños nos han inculcado que debemos ganarnos la vida, a pesar de que la vida nos la ganamos el mismo día que nacemos. Aunque nuestra subsistencia ya no dependa de trabajar de sol a sol, seguimos reproduciendo una moral que venera el trabajo y el productivismo , la creencia en que la productividad y el crecimiento económico son el máximo propósito de la organización humana y que siempre son buenos. Bajo esta ideología, siempre nos comparamos con los países más ricos y productivos para quejarnos de lo mal que estamos. El hecho de no tener una experiencia directa y cotidiana de los perjuicios que infligimos al medio ambiente nos ayuda a seguir creyendo en él. Éstos, suelen encontrarse lejos en el espacio o el tiempo, las infraestructuras más contaminantes se ubican en lugares periféricos (ya sea África o la provincia de Tarragona).
Un día leí que si al valorar la velocidad del coche contabilizáramos todas las horas que debemos trabajar para sufragar el coste de conducir (precio del coche + combustible + seguro + reparaciones + parkings + multas…) de media nos saldría que en realidad nos movemos a unos seis kilómetros por hora, es decir, la misma velocidad que ir a pie. Trabajamos mucho para poder tener un coche con el que poder ir a trabajar y después poder ir muy lejos para desconectar del trabajo. Vamos incorporando nuevas tecnologías a nuestra vida de las que nos hacemos dependientes (por no decir adictos) y su mantenimiento nos obliga a correr en la rueda del productivismo-consumismo a pesar de no movernos del mismo sitio. Nos priva de tiempo o ánimos para plantearnos si quizás podríamos vivir tan bien o mejor sin tanta tecnología moderna y el acelerado ritmo de vida que nos impone. Cuando estamos en la rueda es muy difícil salir o ralentizarla, lleva una inercia propia que te hace seguir corriendo para no caer y hacerte daño.
La fascinación por los nuevos artilugios tecnológicos y probar todo tipo de nuevos productos o experiencias, ya sea subir a una nueva atracción de un parque temático, adquirir un robot que barre o viajar a Japón, es otro de los motivos fundamentales que nos lleva a trabajar tanto como podemos para ahorrar y poder adquirirlos. A esto hay que sumarle la envidia, si nuestro vecino tiene una termomix o una piscina, nosotros también queremos, si el amigo de nuestro amigo viaja a islas tropicales, nosotros no queremos viajes menos paradisíacos. La fascinación y felicidad que nos produce adquirir nuevos productos es efímera, pronto los normalizamos y volvemos a estar igual de insatisfechos que siempre, pero seguimos buscando nuevos productos para volver a sentir esta breve subida anímica.
DESPILFARRO PRODIGIOSO
Epicuro, gran defensor de la sobriedad para alcanzar una vida feliz, creía que buscábamos riqueza y poder debido al miedo a la muerte o el castigo de los dioses, pero creo que hay una razón más fuerte y terrenal que no tuvo en cuenta. Tiene que ver con nuestras bajas pasiones y es que nunca debemos olvidar que somos seres sexuales. Satisfacer nuestras necesidades básicas tiene unos límites claros, a partir de un punto de inflexión, invertir más esfuerzos y recursos no aumenta nuestro bienestar sino que lo perjudica, arrebatándonos tiempo de ocio y descanso. En cambio, la competencia sexual no conoce límite alguno: derrumba cualquier techo de máxima riqueza deseable. Nos coloca en una carrera de armamento sin fin, lidiando por armas de seducción más potentes que las de nuestros contrincantes, ya sea aumentando nuestro atractivo físico, psíquico o económico y así ser la persona más deseable posible.
El despilfarro de recursos prodigioso es una característica muy habitual del flirteo en todo el mundo animal. Tal y como un pavo real derrocha muchos recursos en una cola muy grande y llamativa que sólo sirve para ligar, el acto de amor más romántico es aquel que tiene un coste más desmesurado, ya sea comprar una joya muy cara o hacer un largo viaje para ver al amado cinco minutos. A nivel económico es un sinsentido pero también es la forma más eficiente y fiable de demostrar compromiso, aptitud física o capacidad económica: cuanto mayor es el desperdicio, más difícil es falsearlo. Fanfarronear una noche de fiesta exagerando las propias virtudes para intentar ligar sale muy barato, sólo gastas un poco de saliva, en cambio, poseer un coche deportivo, un doctorado o invertir muchos meses y dinero en un flirteo, no es tan fácil de falsear. Esto hace que una mayoría opte inconscientemente por derrochar antes que no ligar con el mejor amante posible. No podemos detener nuestra ansia de derrochar para ligar pero sí que podemos detener este inconsciente despilfarro material prodigioso y pasar a derrochar de forma más inmaterial en dedicación a nuestras relaciones o las artes y las ciencias.
Todos estos factores se retroalimentan, creando una inercia social en la que todo el mundo se ve empujado a trabajar, producir y consumir al alza y en exceso. Lo que hoy en día se considera precario o miserable, hace no tantos años era símbolo de lujo y privilegio, pero nadie quiere tener un hijo que se sienta marginado al no tener acceso a los mismos lujos que sus compañeros. Por eso es tan necesario construir un código moral crítico con el derroche prodigioso.
Me encanta cosechar a mano aceitunas con los amigos. Económicamente es una actividad ruinosa, según el tiempo mecanizado de los relojes, tardamos tres horas en hacer lo que con una máquina haríamos en una sola hora. Sin embargo, desde el punto de vista de nuestra experiencia vital es mucho más rápido hacerlo a mano ya que el tiempo nos pasa volando: podemos disfrutar de un paraje natural idílico mientras conversamos con los amigos (a máquina no es posible porque hace tanto ruido que no permite escucharnos). Estamos demasiado acostumbrados a valorar la tecnología sólo desde el punto de vista productivista y muy poco desde nuestra experiencia vital.
Necesitamos miradas más profundas, políticas, globales y a largo plazo que tengan en cuenta los efectos de nuestro trabajo y consumo, tanto en las personas como en el medio. Por eso necesitamos hacer menos o incluso hacer nada; sería bueno parar con más frecuencia la máquina para reflexionar y debatir, priorizando la calidad y la conciencia de nuestro trabajo y su fruto.
Na Pai
FUENTES CONSULTADAS
Amanda Ruggeri . Por qué para ser más productivos en el trabajo hay que hacer menos (2018)
Epicuro . Carta a Meneceo (300aC).
Esteban Ortiz- Ospina . How do people across the world spend their time and what does this tell us about living conditions ? Se puede encontrar en: https://ourworldindata.org/time-use-living-conditions
Geoffrey Miller. The mating mind . (2000)
Bertrand Rusell . Elogio de la ociosidad (1935).
Jeremy Rifkin . The end of work (1995).
Karsten Strauss. Survey : Too Much Work , Too Much Stress ? (2016)
Mar Abad. ¿ Trabajamos demasiado ? (2015)
Mcdonald , Paula & Bradley, Lisa & Brown, Kerry. (2009). ‘Full- Time is a Given Here : Part-Time versus Full-Time Job Quality ‘. British Journal of Management. 20. 10.1111/j.1467-8551.2008.00560.x.
Nadia Whitehead . People would rather be electrically shocked than left alone with their thoughts (2014). Se puede encontrar en: https://www.sciencemag.org/news/2014/07/people-would-rather-be-electrically-shocked-left-alone-their-thoughts
Paul Lafargue . El derecho a la pereza (1883).
Tracy Chabala . Why Doing Nothing is Actually One of the Best Things You Can Do (2019)
se puede encontrar en: https://www.shondaland.com/live/body/a30125041/why-doing-nothing-is-actually-one-of-the-best-things-you-can-do/

PER QUÈ MALBARATEM PRODIGIOSAMENT? | Na Pai
Per més que creixi la nostra productivitat i el nostre nivell de vida, seguim igual d’insatisfets, sempre en volem més. La meva intenció en aquest article és desentrellar les raons que ens porten a treballar tant per produir i consumir més tot malbaratant recursos prodigiosament mentre ens carreguem les condicions ambientals que ens permeten viure en aquest planeta.
Sobreproduïm: ens escarrassem en produir coses que després seran infravalorades, malbaratades o desestimades. Entreguem les nostres vides a canvi d’un sou per produir béns i serveis que ben sovint son innecessaris, insostenibles, addictius, o que pretenen solucionar un problema creant-ne un altre de més gran o posant un pedaç sense incidir en la seva arrel, ans el vetllen i mantenen viu.
Usem màquines i ordinadors molt potents que ens fan cada cop més feina i multipliquen la nostra productivitat. Feines que abans fèiem en 5 hores, ara les fem en 5 minuts. Tal sobre-productivitat produeix excedents i malbaratament per tot: llancem a la brossa un terç del menjar que produïm, renovem el nostre vestuari cada temporada (llançant muntanyes de roba passada de moda o que ha perdut una mica de color) o bé construïm nous blocs mentre deixem caure cases abandonades o les tapiem (no fos cas que algú hi entrés i en fes ús mentre pensem què fer-ne durant anys i panys). Amb els productes culturals tampoc ens quedem curts: ens hauríem de passar 82 anys seguits mirant YouTube sense dormir per tal de poder consumir els continguts que s’hi pengen en un sol dia.
La nostra capacitat productiva s’ha multiplicat per mil, mai havíem tingut accés a tants productes i tant llaminers, però tanmateix seguim tenint la mateixa capacitat atencional que fa deu mil anys de forma que sols podem prestar atenció a un sol producte al mateix temps. Això fa que l’atenció sigui el nostre bé més escàs i valuós i que les empreses més poderoses del món s’enfrontin en una guerra ferotge per captar la nostra atenció que ens arriba en forma de cacau mental, sobreestimulació i distracció permanent. La sobreproducció promou la quantitat per sobre de la qualitat i ens fa malgastar molt temps per discernir quins productes valen la pena fins al punt que passem més temps destriant-los que consumint-los o bé deixem que els algoritmes decideixin per nosaltres. Jo mateix he dedicat hores i hores a seleccionar llibres o pelis—llegint-me totes les ressenyes i valoracions possibles—que tan bon punt han passat el meu extens procés de selecció, no he arribat mai a veure o llegir per manca de temps.
Hi ha gent—generalment amb una sensibilitat més d’esquerres—que creu que treballem massa i que el nostre actual ritme productiu és completament insostenible pel medi, ens diuen que no necessitem tants luxes materials per viure una vida feliç i bé que tenen raó. Per altra banda hi ha gent, sovint més dretana, que creu que no treballem prou. Si bé les esquerres s’imposen en la teoria, les dretes s’imposen en la pràctica ja que estem tots atrapats en una dinàmica hiper-productivista, super-consumista i ultra-malbaratadora.
LA IL·LUSÒRIA FI DEL TREBALL
Al llarg de la història, especialment a partir de la revolució industrial, grans pensadors han pronosticat periòdicament una reducció del treball i augment de l’oci, a mesura que màquines i ordinadors suplanten més i més feines humanes. Creien que l’automatització tecnològica ens permetria dedicar-nos a l’art, les ciències o el creixement personal.
Ja a l’any l’any 1883 Paul lafargue ens deia a “El dret a la peresa”: la màquina és la salvadora de la humanitat, el déu que redimeix l’home de llogar-se per a treballar, la divinitat que li atorgarà oci i llibertat “.
Al 1935, Bertrand Rusell ho explicava així a “Elogi de l’ociositat”:
Suposem que, en un moment determinat, cert nombre de persones treballa en la fabricació d’agulles. Treballant vuit hores al dia, fan tantes agulles com el món necessita. Algú inventa un enginy amb el qual el mateix nombre de persones pot fer dues vegades el nombre d’agulles que feia abans. En un món assenyat, tots els implicats en la fabricació d’agulles passarien a treballar quatre hores en lloc de vuit, i tota la resta continuaria com abans. Però en el món real això es jutjaria desmoralitzador. Els homes encara treballen vuit hores, hi ha massa agulles, algunes empreses d’agulles fan fallida i la meitat dels homes que fins ara fabricaven agulles són acomiadats. Al final, hi ha tant temps lliure com abans però la meitat dels homes estan absolutament ociosos, mentre l’altra meitat encara treballa en excés. D’aquesta manera, queda assegurat que l’inevitable temps lliure produeixi misèria pertot arreu, en lloc de ser una font de felicitat universal. Es imaginable alguna cosa més insensada?
Buckminster Fuller, escrivia l’any 1963 que la tecnologia faculta la humanitat per fer “més amb menys”, aviat eliminaria la noció mateixa de treball per complet. D’aquí a un segle, la paraula ‘treballador’ no tindrà cap significat. Serà un terme que caldrà buscar a un diccionari de principis de segle XX”.
I al 1995, Jeremy Rifkin va escriure un llibre gruixut titulat “La fi del treball” en el que ens alertava de que l’automatització del treball ens portaria a un atur estructural per la qual cosa caldria redistribuir la feina i reduir la jornada laboral per fer-hi front.
Portem més d’un segle repetint aquest mateix mantra tecno-utòpic, però per més que creixi la nostra productivitat i benestar material, mai ens conformem amb cap nivell de vida, sempre en volem més així que seguim treballant igual, per més perjudicial que sigui pel nostre benestar psicològic i mediambiental. Ara si, havent constatat sens lloc a dubte que el progrés tecnològic, per més que avanci, no ens allibera del treball, crec que seria més interessant desentrellar les raons que ens empenyen a aquest productivisme sense frens. Crec que és important racionalitzar-les perquè em temo que son molt inconscients i aquest és el primer pas per tal de revertir tal dinàmica.
LES RAONS DEL PRODUCTIVISME
Per començar, vivim en una societat que no creu amb déus ni cap altre significat transcendent compartit. En el seu lloc, ara ens sacrifiquem per la nostra feina, ens dona sentit a la vida i atorga una identitat. És allò a què dediquem més temps, esforç i energia, hi mantenim una relació monògama: qualsevol altra activitat queda relegada a un segon pla, sols greus problemes de salut arriben a prevaldre temporalment per sobre seu. No ens fa falta un cap dèspota que ens imposi unes condicions laborals d’explotació, generalment som els que treballem per compte propi que més ens autoexplotem, especialment si ens agrada una mica el que fem o creiem que estem fent un bé per la societat.
Malgrat diversos estudis constatin que no tenim gaire bona conciliació entre vida i feina, la gran majoria preferim treballar a jornada completa. Tal preferència es deu a que mostrar-nos com a gent treballadora ens dóna més estatus, ens ofereix més oportunitats d’ascens i per últim però no menys important: volem cobrar més. Per altra banda, qui treballa menys hores desperta recels (ja que treballa menys que els altres) i la legislació laboral segueix afavorint les jornades de 8 hores al dia.
Des de ben petits ens han inculcat que ens hem de guanyar la vida, malgrat la vida ens la guanyem el mateix dia que naixem. Tot i que la nostra subsistència ja no depengui de treballar de sol a sol, seguim reproduint una moral que venera el treball i el productivisme, la creença en què la productivitat i el creixement econòmic són el màxim propòsit de l’organització humana i que sempre són bons. Sota aquesta ideologia, sempre ens comparem amb els països més rics i productius per queixar-nos de com n’estem de malament. El fet de no tenir una experiència directa i quotidiana dels perjudicis que infligim al medi ens ajuda a seguir-hi creient. Aquests, acostumen a trobar-se lluny en l’espai o el temps, les infraestructures més contaminants s’ubiquen en indrets perifèrics (ja sigui Àfrica o la província de Tarragona).
Un dia vaig llegir que si al valorar la velocitat del cotxe comptabilitzéssim totes les hores que hem de treballar per sufragar el cost de conduir (preu del cotxe + combustible + assegurança + reparacions + pàrquings + multes…) de mitjana ens sortiria que en realitat ens movem a uns sis quilòmetres per hora, és a dir, la mateixa velocitat que anar a peu. Treballem molt per poder tenir un cotxe amb el qual poder anar a treballar i després poder anar ben lluny per desconnectar del treball. Anem incorporant noves tecnologies a la nostra vida de les qual ens fem dependents (per no dir addictes) i el seu manteniment ens obliga a córrer dins la roda del productivisme-consumisme malgrat no moure’ns del mateix lloc. Ens priva de temps o ànims per plantejar-nos si potser podríem viure tan bé o millor sense tanta tecnologia moderna i l’accelerat ritme de vida que ens imposa. Tan bon punt estem dins la roda és molt difícil sortir-ne o alentir-la, porta una inèrcia pròpia que et fa seguir corrents per no caure i prendre mal.
La fascinació pels nous artilugis tecnològics i provar tot tipus de nous productes o noves experiències, ja sigui pujar a una nova atracció d’un parc temàtic, adquirir un robot que escombra o viatjar al Japó, és un altre dels motius fonamentals que ens porta a treballar tant com podem per estalviar i poder-los adquirir. A això cal sumar-hi l’enveja, si el nostre veí té una termomix o una piscina, nosaltres també en volem, si l’amic del nostre amic viatja a illes tropicals, nosaltres no volem viatges menys paradisíacs. La fascinació i felicitat que ens produeix adquirir nous productes és efímera, ben aviat els normalitzem i tornem a estar igual d’insatisfets que sempre, però seguim buscant nous productes per tornar a sentir aquesta breu pujada anímica.
MALBARATAMENT PRODIGIÓS
Epicur, gran defensor de la sobrietat per assolir una vida feliç, creia que cercàvem riquesa i poder degut a la por a la mort o el càstig dels déus, però crec que hi ha una raó molt més forta i terrenal que no va tenir en compte. Té a veure amb les nostres baixes passions i és que no hem d’oblidar mai que som éssers sexuals. Satisfer les nostres necessitats bàsiques té uns límits clars, a partir d’un punt d’inflexió, invertir-hi més esforços i recursos no augmenta el nostre benestar sinó que el perjudica, desproveint-nos de temps d’oci i descans. En canvi, la competència sexual no coneix cap límit: esfondra qualsevol sostre de màxima riquesa desitjable. Ens col·loca en una cursa d’armament sense fi, bregant per armes de seducció més potents que les dels nostres contrincants, ja sigui augmentant el nostre atractiu físic, psíquic o econòmic i així ser la persona més desitjable possible.
El malbaratament de recursos prodigiós és una característica molt habitual del flirteig en tot el món animal. Tal i com un paó malbarata molts recursos en una cua ben gran i llampant que sols serveix per lligar, l’acte d’amor més romàntic és aquell que té un cost més desmesurat, ja sigui comprar una joia molt cara o fer un llarg viatge per veure l’amat cinc minuts. A nivell econòmic és un sense sentit però també és la forma més eficient i fiable de demostrar compromís, aptitud física o capacitat econòmica: com més gran és el malbaratament, més difícil és falsejar-lo. Fanfarronejar una nit de festa exagerant les pròpies virtuts per intentar lligar surt molt barat, sols gastes una mica de saliva, en canvi, posseir una cotxe esportiu, un doctorat o invertir molts mesos i diners en un flirteig, no és tan fàcil de falsejar. Això fa que una majoria opti inconscientment per malbaratar abans que no lligar amb el millor amant possible. No podem aturar la nostra ànsia de malbaratar per lligar però si que podem aturar aquest inconscient malbaratament material prodigiós i passar a malbaratar de forma més immaterial en dedicació a les nostres relacions o les arts i les ciències.
Tots aquests factors es retroalimenten, creant una inèrcia social en la que tothom es veu empès a treballar, produir i consumir a l’alça i en excés. Allò que avui en dia es considera precari o miserable, fa no tants anys era símbol de luxe i privilegi però ningú vol tenir un fill que es senti marginat al no tenir accés als mateixos luxes que els seus companys. Per això és tan necessari construir un codi moral crític amb el malbaratament prodigiós.
M’encanta collir a mà olives amb els amics. Econòmicament és una activitat ruïnosa, segons el temps mecanitzat dels rellotges, triguem tres hores a fer el que amb una màquina faríem en una sola hora. Tot i així, des del punt de vista de la nostra experiència vital és molt més ràpid fer-ho a mà ja que el temps ens passa volant: podem gaudir d’un paratge natural idíl·lic mentre conversem amb els amics (a màquina no és possible perquè fa tant soroll que no permet escoltar-nos). Estem massa acostumats a valorar la tecnologia únicament des del punt de vista productivista i molt poc des de la nostra experiència vital.
Necessitem mirades més profundes, polítiques, globals i a llarg plaç que tinguin en compte els efectes de la nostra feina i consum, tant en les persones com en el medi. Per això necessitem fer menys o fins i tot fer res; seria bo parar més sovint la màquina per reflexionar i debatre, prioritzant la qualitat i la consciència de la nostra feina i el seu fruit.
FONTS CONSULTADES
Amanda Ruggeri. Por qué para ser más productivos en el trabajo hay que hacer menos (2018)
Epicur. Carta a Meneceu (300aC).
Esteban Ortiz-Ospina. How do people across the world spend their time and what does this tell us about living conditions? Es pot trobar a: https://ourworldindata.org/time-use-living-conditions
Geoffrey Miller. The mating mind. (2000)
Bertrand Rusell. Elogi de l’ociositat (1935).
Jeremy Rifkin. The end of work (1995).
Karsten Strauss. Survey: Too Much Work, Too Much Stress? (2016)
Mar Abad. ¿Trabajamos demasiado? (2015)
Mcdonald, Paula & Bradley, Lisa & Brown, Kerry. (2009). ‘Full-Time is a Given Here: Part-Time versus Full-Time Job Quality’. British Journal of Management. 20. 10.1111/j.1467-8551.2008.00560.x.
Nadia Whitehead. People would rather be electrically shocked than left alone with their thoughts (2014). Es pot trobar a: https://www.sciencemag.org/news/2014/07/people-would-rather-be-electrically-shocked-left-alone-their-thoughts
Paul Lafargue. El dret a la peresa (1883).
Tracy Chabala. Why Doing Nothing is Actually One of the Best Things You Can Do (2019)
es pot trobar a: https://www.shondaland.com/live/body/a30125041/why-doing-nothing-is-actually-one-of-the-best-things-you-can-do/